Cada vez resulta más patético el espectáculo que brinda el Gobierno en relación a la lluvia de dólares que le cae de arriba por el auge de los precios de las exportaciones de las materias primas, que dicho sea de paso, han disminuido en volumen. En otras palabras, producimos menos, pero ganamos más. ¡Es el paraíso!
No sabemos cómo aumentar la producción porque han fallado todos los inventos “revolucionarios”, tampoco encontramos la fórmula para atraer inversiones y más bien nos dedicamos a hacerlas huir. Y como “la política está primero”, incluso antes que la economía y que las leyes, hay que gastar la plata en cualquier cosa, menos en incrementos salariales, porque eso genera inflación: Y como no hay producción, nos puede ocurrir lo mismo que Venezuela: escasez, devaluación, etc. etc.
El Gobierno se jacta de la cuantiosa inversión pública, pero el hecho de haberla duplicado no es un mérito en un país que está recibiendo seis veces más ingresos que el promedio de los últimos treinta años. En estas circunstancias, los especialistas no deberían estar hablando de crisis energética, de falta de gas y los gobernantes no estarían inventándose todos los días fórceps para frenar las exportaciones, pues la bonanza de ingresos tendría que ser correspondida con una bonanza productiva, como ocurre en Brasil, por ejemplo, que en la última década ha batido todos los récords en venta de alimentos.
Pero en Bolivia hay otra bonanza en curso. Es la de los empleados públicos, que se han duplicado en los últimos seis años, con 50 mil más que en el 2006. En las empresas públicas, incluyendo las nacionalizadas, la plantilla de trabajadores se ha incrementado hasta en un 400 por ciento, lo que ha llevado a subir los gastos en un 156 por ciento, es decir, se ha pasado de 8 mil millones de bolivianos a 20 mil millones.
La bonanza se puede advertir también en la algarabía gubernamental por la deuda externa. Endeudarse se ha convertido en una suerte de “prueba de eficiencia” que los absurdos burócratas utilizan para confirmar la salud macroeconómica del país. Colocan bonos en Wall Street para conseguir un dinero que no saben cómo invertir o lo malgastan en empresas estatales que no producen nada.
Es tal la lluvia de dólares que contrasta con la ineficiencia de los gobernantes para invertir adecuadamente esos recursos, que el presidente ha sugerido gastar aunque sea de forma ilegal, pero gastar la plata, con el objetivo de “mejorar” la ejecución presupuestaria. Por ese camino, el Estado ha derrochado cientos de millones de dólares en obras inconclusas, en proyectos cuyos fondos se han esfumado y, por supuesto, en financiar la politiquería, la corrupción de funcionarios de todo nivel y saciar el apetito de los dirigentes de los movimientos sociales, para quienes se estudia la otorgación de viáticos especiales.
El Gobierno del MAS ha hecho más que ningún otro gobierno por los pobres porque le sobra el dinero y porque ha encontrado la fórmula perfecta para conservar la fidelidad de las masas. Pero aún así, los subsidios, los bonos y toda la repartija de dinero es la forma más ineficiente de hacer algo por los más necesitados, porque está demostrado que el combate a la pobreza sólo se consigue generando empleos, promoviendo la producción, elevando sustancialmente la educación en todos los niveles y aplicando políticas estructurales para elevar el nivel de vida, con medidas sostenibles y sobre todo, diseñando un modelo productivo de largo aliento.
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