martes, 23 de abril de 2013

Religión y Política

El Estado Plurinacional se declaró en varias ocasiones “marxista leninista” y aunque no profesa el ateísmo como los regímenes socialistas clásicos, sí ha sido abiertamente laicista en algunos términos, promotor de las creencias ancestrales en otros aspectos, y ahora, fuertemente inclinado hacia las iglesias evangélicas pentecostales. Cualquier cosa con tal de mantenerse en guerra contra la Iglesia Católica a la que trata de apartar de todos los espacios públicos que el catolicismo ha ocupado ante la ausencia de respuestas estatales, sobre todo en materia de salud y educación.  

Esta política es totalmente contradictoria, porque en teoría, un gobierno de corte popular y una Iglesia cuya opción fundamental son los pobres y los desprotegidos deberían ser perfectamente compatibles, como fueron en los inicios del Gobierno de Evo Morales. De hecho, las organizaciones eclesiales fueron una de las grandes canteras de las que se nutrió el esquema gubernamental y el discurso social del MAS, fue en gran medida extraído de los postulados católicos.  

En América Latina, y sobre todo desde que se produjo la Conferencia de Medellín en 1968, la Iglesia Católica ha sido un puntal para el desarrollo de la conciencia social de los pueblos, invocando siempre a los poderes públicos a cumplir su rol a favor del bien común. Desde ese punto de vista, los curas, monjas y obispos se enfrentaron abiertamente a las dictaduras y lucharon en contra de los gobiernos opresores que administraban los países de espaldas a las grandes mayorías.  

La tarea evangelizadora de la Iglesia siempre ha sido acompañada por una intensa labor solidaria, a través de obras sociales en favor de los más necesitados. La presencia en la salud, en la educación, con los huérfanos, los ancianos, los abandonados y los indígenas, entre otros grupos, ha sido destacable.  

Sin embargo, ese trabajo siempre despertó susceptibilidad y malestar en ciertos sectores. En 1969, por ejemplo, el vicepresidente de Estados Unidos, Nelson Rockefeller, luego de una larga gira por América Latina, emitió un informe en el que dijo que la Iglesia ya no era “un aliado seguro para Estados Unidos”, simplemente porque había manifestado su opción por los pobres, postulado que se mantiene hasta la actualidad. En ese sentido, el magnate recomendó a su gobierno promover activamente las llamadas sectas fundamentalistas, entre las que se encuentran las denominaciones pentecostales a las que pertenece la iglesia Ekklesía, que acaba de otorgarle un premio al presidente Morales.  

Durante el gobierno de Ronald Reagan, bajo la premisa de liquidar al comunismo y más tarde con George W. Bush, para combatir el terrorismo, se intensificó el denominado “nacionalismo religioso” que tiene a las sectas evangélicas como uno de sus puntales. Durante este último periodo el crecimiento pentecostal ha sido muy intenso y fructífero para los intereses que promueven este avance, pues se calcula que en este momento casi el 30 por ciento de la población continental pertenece a esos grupos, que entre otras enseñanzas promueven la doctrina de la prosperidad, una forma muy capitalista de entender la salvación.

Llama poderosamente la atención el acoso hacia el catolicismo y el apego a las sectas pentecostales. A lo mejor es electoralismo puro, pero ¿quién se hace responsable de aquellos sectores que atiende la Iglesia Católica?

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