De los cientos de viajes que hace cada año el presidente boliviano, no hay duda que uno de los más importantes hubiera sido a Francia, para participar en la colosal manifestación contra el terrorismo que encabezaron 40 líderes mundiales, entre ellos varios presidentes de África, jefes de Estado de todas las ideologías y algunos de ellos absolutamente antagónicos y personalidades de naciones musulmanas que expresaron una inequívoca posición respecto del salvaje atentado cometido la semana pasada contra la revista Charlie Hebdo. Que valga la excusa del rally Dakar, aunque ahora se estén lamentando como sucede con Barack Obama, el gran ausente de la cita de París.
Nadie esperaba semejante respuesta, multitudinaria, diversa, decidida y repleta de significado. El pueblo boliviano se hubiera sentido orgulloso de haber tenido a Evo Morales en ese evento, haciendo valer la postura de Bolivia como estado pacifista, democrático y respetuoso de los derechos humanos. Será para en otra, pero resultará difícil volver a ver a cuatro millones de personas detrás de líderes tomados de los brazos, marchando y gritando “Yo soy Charlie”, un inigualable homenaje a la libertad y la fraternidad.
El atentado ocurrido en París se produce en el contexto de una ola de recrudecimiento del terrorismo que conmociona al mundo con expresiones barbáricas nunca vistas en la era contemporánea, propias de la época medieval. Este hecho necesitaba un rechazo del tamaño del que se dio en París.
Muchos se atreven a considerar que esta arremetida terrorista no se trata de una “intifada” sino de una acción de guerra, producto del choque de civilizaciones de la que hablan hace mucho connotados intelectuales, quienes llaman a considerar con mayor seriedad este episodio que según ellos, se abordó con cierta banalidad cuando se produjeron los ataques de Nueva York, Londres y Madrid. Estados Unidos provocó aversiones cuando propuso su postulado “O estás conmigo o contra mí” y el resto de las naciones, entre ellas muchas europeas, vieron el asunto con un cristal demasiado ideologizado.
Ahora que le ha tocado el turno a París, una de las cunas de nuestra civilización, la “meca” de los valores democráticos y raíz de las grandes transformaciones sociales y políticas modernas, el mundo parece haber caído en cuenta que todos podemos ser blanco de los intolerantes y fundamentalistas que apelan a la violencia para imponer sus ideas y que usan el nombre de su dios para matar y destruir.
Afortunadamente la gran marcha de París ya no es interpretada como el intento de un país o de un imperio de crear un mundo unipolar que siempre se ha ganado enemigos capaces de justificar al terrorismo, sino de ratificar nuevamente la visión que surgió tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial, es decir, el rechazo unánime y enérgico de la fuerza como método de solución de los problemas y el compromiso de fortalecer la democracia en el mundo.
El atentado de París nos obliga a todos a actuar, a no ser indiferentes y más que nada, a no caer en los relativismos que en ocasiones nos han llevado no sólo a ser permisivos con las demostraciones de salvajismo, sino a simpatizar con ellas.
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