Hace unos años un científico futurista mostró el dibujo de un ser extraño, parecido a un humano, con el cerebro muy pequeño, casi del tamaño de su estómago y los dedos muy largos. No tenía dientes y sus ojos eran grandes y muy saltones.
Dijo que al paso que va la evolución, ese será nuestro aspecto dentro de mil años. No tendremos que almacenar ni procesar muchos datos, porque para eso estarán las computadoras. Con el tiempo nuestro cuerpo se habrá acostumbrado al sedentarismo y por lo tanto no necesitaremos ni dientes ni un gran aparato digestivo para procesar muchos alimentos y obviamente nuestros dedos serán ideales para manipular dispositivos electrónicos. Los ojos de camaleón, con visión panorámica nos servirán para poner atención a dos o más pantallas al mismo tiempo: “Hommo Pantallicus”.
Basta de fantasía. El otro día fui al gimnasio, donde supuestamente van los jóvenes que quieren moldear su cuerpo al estilo de Hércules o de Tarzán, por nombrar viejos íconos de la belleza masculina. Al gimnasio también vamos los adultos que todavía tenemos fe en que el tren de la salud no nos haya dejado. Espero que no sea tarde.
Me sorprendió al ver a los chicos y chicas que no sueltan el celular ni siquiera en las máquinas escaladoras o en las bicicletas de spinning. Tres abdominales y al WhatsApp, dos flexiones y al Facebook, una sesión de sentadillas y selfi. Ese rato me di cuenta que aquel científico loco tenía razón y que sus pronósticos se cumplirán mucho antes de lo previsto.
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