miércoles, 21 de enero de 2015

Juicio al estatismo

Si este país fuera medianamente serio, juzgaría con el mismo rigor a los creadores de empresas públicas, a quienes las administraron y las manejan en la actualidad. Lamentablemente solo se busca la cabeza de quienes las privatizaron o las capitalizaron, como si fueran la peor lacra de la humanidad.
El estatismo no es un patrimonio del socialismo ni de los gobiernos de izquierda en Bolivia. Todos los regímenes, incluidas las dictaduras de extrema derecha -como dirían algunos-, han creado empresas estatales, no porque fueran visionarios o porque tengan mentalidad estratégica.
En los años '70 se crearon empresas estatales por exactamente las mismas razones que lo están haciendo los actuales gobernantes, simplemente porque hay plata de sobra para gastar, para invertir, para pagar sobreprecios, beneficiar empresas amigas, para repartir pegas a diestra y siniestra y mantener contento a todo el cuadro clientelar del “proceso de cambio”.
Los gobernantes del pasado se beneficiaron del auge de los precios de la materias primas de exportación y con la lluvia de dólares se encapricharon con todas las ideas que pasaron por su cabeza y las hicieron pasar como industrialización y diversificación: fábricas de palos de escoba, planta de alimentos balanceados, molinos de harina, hilandería, fábrica de envases de vidrio, etc. etc.
En todos esos casos habría que investigar qué criterios se usaron para crear esas empresas, quiénes se beneficiaron de los contratos, a quién se puso como administrador, qué productividad tuvo, qué mercados se lograron y cuál fue el modo de administrar los recursos humanos. De la misma forma se tiene que proceder con Cartonbol, Papelbol, la planta de urea del Chapare y los 35 emprendimientos estatales que hoy están en curso en el país y que han dado sobradas pruebas de improductividad, grandes pérdidas, malas decisiones sobre ubicación y provisión de materias primas, lo que arroja pérdidas cuantiosas para el Estado. ¿Acaso todo eso no es también ser “vende-patria”?
¿Cómo juzgar lo que ha ocurrido con Huanuni, una empresa que ha entrado en quiebra en pleno auge de los precios de los minerales? Pero como las empresas estatales no van a la bancarrota (porque siempre hay de dónde sacar más plata), no habrá culpables o tal vez en el futuro juzguen a quienes deban venderla a un precio irrisorio, cuando Huanuni esté en ruinas. Porque cuando hay plata, alcanza hasta para revivir muertos, como ha sucedido con Karachipampa, una empresa que nació con maquinaria obsoleta hace 30 años.
Así como los estatistas no siempre han sido los socialistas e izquierdistas, los denominados “neoliberales” y derechistas no siempre se sintieron incómodos con las empresas estatales. Las mantuvieron en tanto había plata para engordarla y aprovecharlas para repartir pegas y beneficiar a sus amigos y parientes con contratos y licitaciones. Las vendieron cuando ya eran “gallinas muertas” y cuando el Estado tenía que elegir entre pagar sueldos a los maestros y policías y seguir solventando elefantes blancos, nidos de corrupción, de ineficiencia e improductividad.
La historia de Bolivia podría resumirse entre períodos de nacionalización y privatización que siempre han beneficiado a la misma casta política para la que una “empresa estratégica” es cualquiera que sea capaz de alimentar sus apetitos de poder, de riqueza y la repartija de pegas.

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