miércoles, 20 de abril de 2011

La Iglesia en la Bolivia de hoy

Los obispos de Bolivia han empezado con una cita bíblica la última carta pastoral dirigida al país con la que tratan de expresar el compromiso que siempre ha mantenido la Iglesia Católica, sin importar las circunstancias difíciles que les ha tocado vivir a sus miembros como consecuencia de aquello. “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el final de los tiempos”, dice el documento presentado la semana pasada, que bajo el título de “Los Católicos en la Bolivia de hoy: presencia de esperanza y compromiso”, insiste en llamar la atención del Gobierno sobre el peligroso avance del narcotráfico, la crisis alimentaria, las oscuras señales de injusticia, el deterioro de la estructura económica y las deficiencias en la gestión gubernamental.

Pese a que el documento de los obispos no ha tenido la repercusión pública que se merece, debido a los graves problemas sociales, los más memoriosos consideran que los alcances y sobre todo, la fuerza del mensaje expresado en la actual coyuntura política, es comparable al que brindaron los obispos en la paradigmática carta pastoral “Dignidad y Libertad”, lanzada a principio de los años 80, durante la breve pero cruenta dictadura de Luis García Meza.

Entre 1980 y 1982, las plantaciones de coca alcanzaron las 60 mil
hectáreas y permitieron que Bolivia se convierta en un “narco-estado”. Decenas de personas fueron encarceladas, perseguidas y otras asesinadas por motivos políticos. En ese periodo se produjo un brutal acecho contra los medios de comunicación y la libertad de expresión. El disenso era reprimido sin piedad y desde el Ministerio del Interior recomendaban “andar con el testamento bajo el brazo” a aquellos que intenten levantar cabeza. En ese contexto, los obispos condenaron los atropellos que se cometían contra el pueblo y en todo momento la Iglesia se ofreció para impulsar el diálogo y evitar los enfrentamientos. En su carta pastoral, la Conferencia Episcopal dijo que “no se puede aprobar la violencia empleada para interrumpir un proceso constitucional” y más adelante, advirtió que pese a las amenazas, la Iglesia no cesaría en denunciar a la dictadura.

De la misma manera que lo habían hecho durante dictaduras anteriores, los templos católicos  y los conventos dieron refugio a hombres y mujeres perseguidos por motivos ideológicos y políticos. Numerosos sacerdotes fueron fichados y apresados porque se atrevieron a leer y comentar la carta pastoral. Otros terminaron torturados y muertos, como sucedió con el cura jesuita Luis Espinal, cuya figura, paradójicamente, es destacada por los miembros del actual proceso político que hoy comete los mismos excesos.

Pasada la dictadura, la Iglesia ha sido persistente en denunciar los desajustes económicos y sociales que la democracia no alcanzó a atender. Fue una de las primeras en denunciar el grave problema que se escondía detrás de la tenencia de la tierra, ha llamado la atención sobre los conflictos que se avecinan si no se soluciona el acceso al agua potable y por supuesto, ha sido incansable en reclamar una verdadera política de lucha contra la pobreza y la inequidad.

La última carta pastoral abarca todas las dimensiones de la realidad sobre las cuales reflexiona y también hace advertencias, a la luz de valores y principios éticos y humanos, a la espera de que puedan ser tomadas en cuenta. En reiteradas ocasiones, el régimen del MAS les ha dicho a los obispos que se callen y que se limiten a repartir hostias y a rezar el rosario. Resulta obvio que no lo van a hacer y menos en las actuales circunstancias.

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