jueves, 23 de junio de 2011

Estudiar en Santa Cruz: dígame licenciado



Tengo unas cuantas cursientas en un baldío por acá cerca, esperando para el día en que pueda invitarles una ambrosía con bitter, toddy y algo de singani a mis amigos. La sequía del año pasado me puso en figurillas y el pasto todavía no se ha recuperado, así que hago peripecias para darles de comer a riesgo de que la vaina me resulte más cara que la espada. Veo programas en el Canal Rural, investigo en internet y todavía no consigo dar con la receta que me diga más o menos como sobrevivir en los tiempos de escasez y precios altos.

Se me ocurrió pensar que podía hacer un curso sobre nutrición animal, más precisamente de bovinos y… “naranja”. En cualquier otro país ese curso dura no más de ocho meses, tal vez menos  y obviamente, el costo y los requisitos son accesibles para cualquier bolsillo, incluso para el de un joven de provincia o del área rural que no ha culminado el bachillerato. En Santa Cruz, si quiero capacitarme ya sea para este tema o para cualquier otro que requiera un enfoque específico, necesito estudiar veterinaria, es decir, hacer el curso del PAB, rendir examen, pagar aquí, firmar allá, hacer cola, aplazarme, ponerme en huelga en el rectorado, volver a pagar y al cabo de cinco años instalar un pequeño boliche en Los Pozos para vender vitaminas para gallos de riña y vacunar perros salchicha.

Eso vale para todos los campos. Todos quieren ser licenciados, ingenieros doctores. Las universidades están llenas de carreras, maestrías, doctorados y diplomados, mientras que es casi imposible formarse, por ejemplo, para soldar los tubos con los que se construyen los gasoductos, actividad que suele ser muy rentable y que requiere muchas veces, traer especialistas de Venezuela, Nigeria o Texas. La experiencia de Infocal es la excepción a la regla, pero ¿por qué no hay diez Infocal en la ciudad y en las provincias, enseñando a soldar, a manejar un tractor, a inseminar vacas lecheras o a elaborar tortas? Es una mezcla de todo, pero más que nada, una tara social instalada en las mentes de los jóvenes que aspiran a pronunciar algún día: “Dígame licenciado”.

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