Es preocupante cuando nuestras autoridades comienzan a dar signos de una aparente esquizofrenia, pero al mismo tiempo puede ser síntoma de cierta desesperación inocultable. Un día hablan de que el país atraviesa una “década de oro” y días después afirman que la economía está enferma de cáncer por culpa de los subsidios a los carburantes. Dicen que la conducción del país ha sido la mejor de la historia, pero el presidente lanza un pedido de auxilio para que alguien le dé la receta para salir del brete en el que estamos por culpa del congelamiento de los combustibles.
Se gastan millonadas en anuncios de televisión que hablan de bonanza, de grandes proyectos, pero de un día para otro, el Ministro de Economía anuncia que este año habrá déficit fiscal, atribuido entre otros factores a la organización de la Cumbre G-77, el más costoso acto de campaña electoral del que se tenga memoria, expresamente pensado para divulgar el histórico proceso de cambio que ha cambiado el rumbo de Bolivia desde el punto de vista político, pero sobre todo, en el campo económico.
En realidad, este panorama está reflejando la extrema fragilidad del modelo económico plurinacional que podría estar comenzando a tambalear pese a que los vientos contrarios no son del todo fuertes como se avizora. Se está empezando a notar apenas la desaceleración de las economías emergentes, que han comenzado a demandar menos materias primas con algunas consecuencias en los precios, especialmente del petróleo, la soya, el oro y otros minerales, que en el caso de Huanuni, la mina más grande de Bolivia, la han puesto al borde la quiebra, con serias amenazas para más de cinco mil obreros, una caída en la producción de casi el 70 por ciento y grandes pérdidas económicas.
El “modelo” que en realidad repite el mismo esquema de los últimos 500 años, ha conseguido avanzar muy poco para desprenderse de la primarización y el extractivismo, cuyo éxito puede ser fugaz y su fracaso llegar en cualquier momento con una simple variación de precios o una contracción en la demanda. Lo peor de este caso es que los nacionalizadores de ahora, muy buenos para cosechar la siembra del pasado, no han sido capaces ni siquiera de expandir el negocio para enfrentar en mejores condiciones un periodo de vacas flacas que comienza a mostrar sus primeras consecuencias.
El periodo de bonanza no permitió apreciar las grandes debilidades del “modelo”, que incrementó significativamente el gasto corriente por el impresionante aumento de los empleados públicos, las compras suntuarias y el derroche en el que incurrió el gobierno. Si bien ha habido un aumento de las inversiones, estas no han sido proporcionales a la multiplicación de los ingresos y lo más llamativo es que la ejecución presupuestaria ha sido deficiente, no mayor al 70 por ciento, lo que ha permitido desde que asumió el MAS, mostrar resultados positivos, con abundantes saldos en caja y un superávit que simplemente refleja muy claramente la ineficiencia de los administradores.
Los bolivianos no podemos más que sentirnos pesarosos por este comportamiento que podría reflejar que nuestro país nuevamente se encuentra al borde de una crisis atribuible a una ausencia de visión de largo plazo, a una falta de acción destinada a cambiar la estructura productiva nacional, el verdadero problema que nos conduce no solo a la postergación indefinida sino a las puertas de la amenaza de una recesión que ya afecta con mucha fuerza a Venezuela, a Argentina y recientemente a Brasil.
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