lunes, 1 de septiembre de 2014

Promesas imposibles

Prometer mayor seguridad ciudadana, más educación, salud o carreteras es un absurdo, porque en realidad esa es una obligación básica de cualquier gobernante. Para eso cobra impuestos.  Es como si un padre le prometiera a sus hijos darles de comer y mandarlos a la escuela, aunque sabemos que los irresponsables abundan en todos los rincones.
Prometer que Bolivia será igual que Suiza en diez años, sí que fue algo excepcional y la verdad es que hubiera sido posible al menos encaminarse hacia ese objetivo, pero está por cumplirse el plazo y todavía estamos muy lejos de la meta trazada, aunque el vicepresidente diga que nuestro país ha estado viviendo una “década de oro”.
El problema es que los candidatos hacen promesas imposibles porque al mismo tiempo ellos se encargan de lanzar la contradicción, mejor dicho el obstáculo que hace inviable la transformación. En el 2003 se impuso como agenda ineludible la industrialización del gas, porque ya se visualizaba el auge energético. Pero ese derrotero se volvió imposible cuando el Gobierno de decidió nacionalizar y convertir el rescate de los hidrocarburos en una piñata que no dejó margen a nuevas inversiones y que obliga al país a concentrarse en las exportaciones que dejan dinero constante y sonante para repartir, gastar y hacer política y muy poco sobrante para industrializar.
El “gasolinazo” del 2010 hubiera sido la manera de “resetear” el “proceso de cambio”, de volver a la realidad el país, atraer inversiones y buscar la sostenibilidad del negocio gasífero, pero aquello entró en contradicción con el derroche demagógico que se había sembrado y que ya no se podía recoger.
Si el gasolinazo era urgente hace cuatro años imagine ahora, cuatro años después, cuando los pozos de gas están llegando a su tope de producción, cuando ya no se los puede exprimir más y menos aún sacarle líquidos, especialmente diésel y gasolina, que como dice el presidente Morales “se vuelven un cáncer” para nuestra economía, por la necesidad de importarlos.
Samuel Doria Medina trató de hacer una promesa realista y por poco lo crucificaron. Y el oficialismo no se atreve a pronunciar de nuevo la palabra “Gasolinazo” porque se pondrá al borde del abismo como estuvo en el 2010. Curiosamente un partido que supuestamente es de pensamiento liberal es el que más defiende los subsidios, que dentro de no mucho tiempo serán imposibles de sostener, pero igualmente imposibles de eliminar, porque la gente quiere su bono, su aumento, su doble aguinaldo, su gasolina barata, su pollo sin inflación, su pega, su canchita y todo lo que ha pasado a ser una trampa muy complicada para desarmar.
A los bolivianos les prometieron vivir bien. A todos. Pero nadie saldrá a las calles a protestar y bloquear porque no se haya cumplido esta promesa y menos aún porque seguimos lejos de los suizos. Los bolivianos siempre hemos vivido mal y nunca hemos pasado de “más o menos”, aunque muy pocas veces hayamos tocado fondo, como sucedió en 1982 y como les está pasando a los venezolanos y en cierta medida a los argentinos. Tal vez la promesa más difícil de cumplir sea que estamos libres de esos extremos.

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