Este parece ser el fin de las convicciones, de las ideologías y de los principios y el inicio del pragmatismo y de la conveniencia. Lo peor del caso es que a los candidatos se los escucha repetir que no importa si es de izquierda o de derecha, que lo importante es resolver problemas concretos, como la seguridad, la falta de carreteras o la carencia de hospitales.
No existe un candidato en la historia que no haya propuesto semejante cosa, todos hacen promesas similares, pero el asunto de fondo es precisamente cómo lo van a hacer, qué tipo de estrategia van a usar para resolver tal o cual problema. Y es ahí justamente donde comienzan los problemas de discurso, especialmente para los opositores.
Sacando del análisis a Juan del Granado y al dirigente indígena Fernando Vargas, antiguos aliados del MAS y por ende, izquierdistas confesos, en teoría los otros dos postulantes son de la derecha, son liberales o para no herir susceptibilidades, no son ni socialistas, ni comunistas, ni anticapitalistas, como dice ser la gente del oficialismo, que no precisamente es un ejemplo de coherencia entre lo que dice y lo que hace.
Insistimos, pese a que se hacen llamar opositores y a que aseguran ser diferentes, ninguno cuestiona el estatismo, nadie habla del fracaso de la nacionalización, que tarde o temprano nos llevará a la situación que hoy sufre Venezuela; no se ataca a las políticas socialistas que están destruyendo la producción; no se defiende la propiedad privada, tampoco la libre iniciativa, no se critican los cupos de exportación y tampoco la libertad como base fundamental de una sociedad sin el autoritarismo que no está conduciendo a la dictadura.
Los aspirantes a la presidencia y sus seguidores dicen que van a respetar casi todo lo que ha hecho el MAS y el colmo de las cosas es que mientras el Gobierno habla de los subsidios como un “cáncer” al mejor estilo neoliberal, los otros afirman que van a mantener los precios congelados de los carburantes, nudo gordiano de la falta de inversiones en el área hidrocarburos, que junto con la inapropiada forma de distribuir la renta petrolera, nos conducirán indefectiblemente al pozo del desabastecimiento.
Es verdad que el Gobierno juega sucio, que tiene un inmenso aparato de propaganda que puede convertir lo falso en verdad y que ha convertido en tabú algunos temas. Pero alguna vez tiene que surgir alguien con la capacidad de decirle la verdad a la gente, que no le tenga miedo a lo políticamente correcto, que no se espante con las ideologías que no asocie el pragmatismo con la necesidad de malcriar al pueblo, cuando eso es precisamente lo que hay que revertir y destruir, especialmente la demagogia barata que mantiene a Bolivia en los últimos lugares del mundo.
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