El 12 de octubre la ciudadanía boliviana está convocada a votar y elegir a los candidatos a ocuparse de los asuntos públicos, de acciones que el individuo delega a sus líderes a través de un mandato legal. La elección es un acto de confianza en sujetos que supuestamente son los mejores, los más capacitados para administrar bienes y responsabilidades y en ese afán, los candidatos hacen un triste y patético papel que consiste en acicalarse, sonreír, bailar y hasta convertirse en payasos si es posible, con tal de ganarse el boleto que se convertirá en poder, con todas las ventajas y posibilidades de excesos que ello implica.
El voto es también una manera que usa el ciudadano para juzgar a sus líderes; es la forma de determinar el tipo de dirigente que quiere para su país, para su ciudad, su barrio o distrito. Los postulantes saben muy bien que el elector suele ser indolente a la hora de emitir el sufragio, pues es capaz de tachar a unos y levantar a otros con un simple trazo en una papeleta.
El votante se comporta muy exquisito con los candidatos y estos no hacen reparos a la hora de prometer hasta lo más estrambótico para satisfacer la glotonería ciudadana, no siempre racional y consciente, pues en el caso boliviano se asocia a la política y a los políticos con las ventajas particulares que estos pueden otorgar a determinados sectores. Es una forma de clientelismo, pues muy pocos electores tienen presente el bien común, ya que para conseguirlo siempre es necesario hacer sacrificios, como pagar impuestos por ejemplo, algo que en Bolivia parece ser un sacrilegio para una gran parte de la población. Lamentablemente, está en boga la premisa demagógica de “gobernar obedeciendo al pueblo” y en ese sentido, la corriente se dirige hacia la transgresión instalada fuertemente en la mentalidad del boliviano común.
Queremos buenos políticos, pero desafortunadamente estamos muy mal en ciudadanía. Queremos que los líderes sean perfectos, que solucionen todos los problemas como si fueran dioses (y así se creen) y el boliviano de a pie no se siente responsable por lo que ocurre y menos aún concibe la obligación de hacer aportes públicos. Obviamente, los gobernantes están hechos a imagen y semejanza de esa actitud y simplemente se dedican a satisfacer los caprichos de los sectores que han tomado conciencia del poder que tienen para agruparse y movilizarse en la búsqueda de ventajas, mientras que el resto, es decir, quienes trabajan todos los días, los que cumplen horario, pagan sus tributos, respetan las leyes y no tienen un sindicato con altos contactos en el gobierno se encuentran aislados, insatisfechos y traicionados.
En democracia, la política es un contrato entre gobernantes y gobernados y el papel de estos últimos no termina con la emisión del voto. La ciudadanía es un ejercicio constante de derechos, pero son muy importantes las obligaciones que los bolivianos solemos olvidar con suma facilidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario