jueves, 21 de agosto de 2014

Violencia y responsabilidad compartida

El asesinato de Sophia Calvo muestra mejor que ningún otro de los tantos hechos violentos que ocurren a diario en Santa Cruz, que el tema de la seguridad no solo es un discurso, sino una farsa de las autoridades que se llenan la boca con planes, equipamiento, sistemas de vigilancia, compras fastuosas, vehículos y toda una parafernalia que seguramente demanda muchos recursos, pero que es absolutamente ineficaz porque no se ataca al fondo del problema.
Por más camionetas, motocicletas y cámaras de video que tenga la Policía, mientras siga siendo corrupta, politizada y con bajísimos niveles de profesionalismo, es muy poco lo que se puede conseguir. Los planes de seguridad que se ponen en marcha periódicamente son simples pretextos para la exacción de la ciudadanía. Hemos perdido la cuenta de las veces que el Gobierno ha prometido hacer una limpieza interna de la institución y lo único que ha conseguido es ensuciarla más con la instrumentación de la Policía como brazo ejecutor de la persecución política que no le deja ni tiempo, ni esfuerzo y menos vocación a los uniformados para combatir el crimen.
El crimen de Sophia es tenebroso, pero mucho más macabra es la actuación de la Policía que tuvo en sus manos al criminal y lo dejó libre con el pago de una coima, pese a que estaba borracho, sin licencia de conducir y a bordo de un vehículo que no era suyo. Si lo atraparon después fue por simple casualidad, por el olfato de un guardia que no estaba como cientos de sus colegas, en los semáforos, dando la sensación de seguridad, en un afán netamente propagandístico.
El caso de Sophia, sin embargo, es paradigmático y por lo tanto es difícil que haya un sector de la sociedad que deje de sentirse responsable por lo ocurrido. En ese sentido, los medios y especialmente la televisión, juegan un papel importante. Hace unos días un experto comentaba sobre el exceso de cobertura que se les da a los hechos criminales en los noticieros. Decía que de un total de 12 noticias, siete eran de crónica roja, muchos de ellos intrascendentes, pero contados con mucha estridencia, música y otros efectos destinados a manipular al televidente.
Por ese efecto mediático vivimos atemorizados, como si estuviéramos en una ciudad mucho más violenta de lo que es y la Policía alimenta esa sensación con el fin de fomentar el negocio redondo de las empresas de seguridad que les pertenece a los oficiales de la misma institución y a los militares. Por ese mismo miedo estamos construyendo una ciudad amurallada llena de garitas y guardias privados que nos brindan un simple consuelo, porque en realidad nadie controla quiénes son, qué antecedentes tienen y qué hábitos suelen mantener mientras hacen su trabajo.
Por último, sociedad hedonista como la nuestra, donde el culto al cuerpo, la vanidad, la juerga, el boliche y el junte sin límites ni horario suelen ser los valores supremos y donde nadie le dice “basta” al consumo del alcohol, no puede pretender que todo sea una taza de leche. El narcotráfico y los valores invertidos que privilegian un materialismo sin principios están promoviendo un caldo de cultivo que puede llevar a nuestra ciudad a situaciones irreversibles.
Nuestras élites deberían dejar de organizar marchas y hacer llamados a la conciencia de un gobierno que las usa. El liderazgo debe ejercerse con soluciones concretas a un problema que no puede esperar más.

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