Al pronunciamiento que hizo la Iglesia católica hace unos días demandando mayor transparencia, respeto a las leyes y también menos derroche en la campaña electoral, ahora se suma el pedido de la representante de la ONU en Bolivia , Katherine Grigsby, quien ha manifestado que el Tribunal Supremo Electoral (TSE) tiene la obligación de garantizar la limpieza de los comicios del 12 de octubre.
No se sabe qué le van a responder a la diplomática, pero en lo que respecta a la Iglesia, la reacción gubernamental ha sido furibunda, con acusaciones e insultos subidos de tono, como si los obispos hubieran manifestado alguna opinión tendenciosa, fuera de lugar o alejada de las leyes y el sentido común.
Algunos observadores que han estado presentes en procesos electorales en Venezuela, Ecuador, en algunas naciones centroamericanas e incluso africanas, aseguran que la manipulación que se está produciendo en Bolivia no tiene parangones, con instituciones, recursos, maniobras y todo el aparato estatal volcado a favor de un candidato que pretende arrasar, al mejor estilo de las repúblicas bananeras del pasado y de las que figuran solo en las novelas del realismo mágico.
No hace falta apelar a esos testimonios para comprobarlo, especialmente cuando se observa que el Gobierno no solo desobedece los procedimientos establecidos, sino que se burla de ellos con la complicidad del TSE. A dos días de lanzada una prohibición expresa que ha permitido anular y silenciar por completo a los candidatos de la oposición en los medios masivos, el presidente-candidato aprovecha la inauguración de una obra pública para presentar a los postulantes del MAS, algo que a todas luces fue premeditado, pues inmediatamente prometió pagar la multa correspondiente.
El supuesto desliz del partido oficialista fue transmitido por cuatro canales de televisión, los mismos que podrían convertirse en los “pagapatos”, pues sucede los señores del TSE se olvidaron de notificar a los verdaderos infractores y por lo tanto, la sanción no solo quedará demorada sino que podría quedar en nada, en medio de un marco de impunidad que se presta a nuevas transgresiones.
El Gobierno y las autoridades electorales no deberían tomar tan a la ligera lo que está ocurriendo. Ellos miran con demasiada liviandad, el modo carnavalesco con el que están llevando adelante las elecciones en un país donde la esencia de la democracia se resume prácticamente al acto de votar ya que la inmadurez de nuestros pueblos todavía no ha llegado a otros niveles, como la interpelación a los gobernantes y el respeto a las formas, que en democracia es fundamental.
El irrespeto al sufragio, por ejemplo, fue lo que sepultó el proceso revolucionario nacido en 1952 en Bolivia y fue el que llevó al descrédito y a la peor crisis política al chavismo en Venezuela, donde Nicolás Maduro no atendió los requerimientos para buscar mayor transparencia y ocasionó una conmoción social que todavía persiste y que fragiliza cada vez más al régimen gobernante. El fraude fue la sepultura del régimen de Ahmadinejad en Irán y en Bolivia no debería confiarse tanto en la fortaleza de los candidatos, en la cooptación política de las Fuerzas Armadas y la Policía para asegurar que todo quedará en nada. La indignación de la gente suele volverse incontenible cuando se supera todo límite de racionalidad.
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