El máximo líder de los agropecuarios del oriente boliviano dijo hace unos días que lamentaba que los empresarios del sector hayan incursionado en política y dijo que ahora están mejor, en una relación netamente institucional con las organizaciones estatales con las que mantienen excelentes contactos.
Las declaraciones van en consonancia con la advertencia que el vicepresidente les hizo a los empresarios de Santa Cruz luego de los conflictos del 2008, a quienes prácticamente les prohibió hacer política, porque esta actividad estaba supuestamente reservada a quienes buscaban el interés colectivo y no los apetitos personales o sectarios. En esa reflexión obviamente él se ponía como ejemplo del ejercicio público libre de pretensiones materialistas y guiado simplemente por razones altruistas, aunque la realidad actual demuestre todo lo contrario.
La política está proscrita para todos los bolivianos excepto para quienes hoy detentan el poder y que buscan extenderlo en todas las instancias de la vida nacional y expandirlo de manera indefinida. La declaración del dirigente agropecuario es, en ese sentido, una confesión más que una genuina y cándida reflexión, como pretende hacerla ver. En el mejor de los casos, podría tratarse de un acto de genuflexión producto del chantaje, a no ser que nos deje perfectamente claro él y toda el empresariado cruceño que existe una comunión ideológica, programática y de procedimientos con el “proceso de cambio”.
En cualquier caso y tomando literalmente la declaración del dirigente en cuestión, su afirmación es “anticultura”, pues la política, es decir, la necesidad de asumir el liderazgo y buscar una manera de organizar la sociedad, nació con la agricultura, cuando el ser humano dejó de ser nómada y se asentó para cultivar la tierra y producir alimentos necesarios para su familia y su comunidad. El líder, el político, el organizador, nacieron para repeler los ataques de otros grupos que buscaban apropiarse de sus cosechas y del trabajo digno. Esto no es ninguna alusión a lo que sucede hoy en día, pero cuánta vigencia tiene la necesidad de que los sectores productivos asuman el papel que les corresponde en la historia, pues más que nunca están amenazados y con ellos toda la sociedad que depende de la labranza y del trabajo de agricultores, ganaderos y toda la gente que hace producir el campo.
Y no estamos hablando aquí de que los gremios suplanten a los partidos políticos ni que conduzcan estrategias concretas de búsqueda del poder, pero de ninguna manera su actitud debe ser la pasividad, la contemplación y el ejercicio puramente técnico y económico, cuando los avasallamientos, las restricciones, prohibiciones y toda una serie de políticas agresivas hacia el agro, están llevando a un ahogamiento de la actividad, la más importante de la región, la de mayor sostenibilidad y presencia en la generación de empleo.
En todo caso, nadie debe permitir que en la política se instaure el monopolio. La historia de la humanidad nos ha demostrado que el absolutismo es malo para quienes producen y especialmente para la gente que depende de las actividades económicas. Y la peor de las tragedias de un país es justamente que la política quede en manos de individuos improductivos, pues inmediatamente se convertirán en saqueadores.
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