De mantenerse las tendencias que marcan las encuestas en Brasil, el próximo 5 de octubre se acaban los 12 años de hegemonía del Partido de los Trabajadores que tuvo a Lula da Silva en dos periodos y a Dilma Rousseff los últimos cuatro años.
Es un hecho que los resultados de las elecciones brasileñas obligarán a una segunda vuelta y más probable todavía es que la socialista Marina Silva, la candidata sorpresa, resulte vencedora, lo que facilitará un enorme cambio de rumbo que está necesitando la política del gigante sudamericano, que acaba de caer oficialmente en un estado de recesión económica.
En realidad, Brasil está obligado a cambiar sean cual fueren los resultados de los comicios, pues está demostrado que de permanecer en el mismo camino las consecuencias posteriores serán calamitosas en el crecimiento, el empleo, la inflación y la caída de la producción.
La primera determinación que debe tomarse en el próximo mandato es abandonar la excesiva concentración que adoptó Brasil en el comercio con los países del Mercosur. Ha quedado demostrado que gran parte de los malos resultados económicos brasileños se deben a la caída del dinamismo de Argentina, donde la ineficiencia, la corrupción y las políticas antimercado han puesto al país al borde del abismo, con muchas deudas por pagar y una gran cantidad de acreedores haciendo fila, entre ellos Bolivia.
Durante años, algunos integrantes del Mercosur, especialmente Brasil y Argentina, estuvieron insistiendo para que Venezuela se integre al bloque. Era el ricachón del barrio que tenía mucho dinero para gastar, expectativa que se cayó rápidamente y que no promete mucho, pues el chavismo anda de mal en peor y con muchos incendios por apagar.
Los brasileños, que durante los últimos años han sido los principales impulsores del Socialismo del Siglo XXI y de toda la gavilla bolivariana, tendrán que inclinarse por políticas más amigables con el libre mercado y restituir los canales de intercambio comercial con Europa, Estados Unidos y Asia, como lo han estado haciendo Chile y Perú, donde no sienten los embates de la desaceleración que ya se perciben con fuerza en el grupo del ALBA, altamente dependiente de la exportación de materias primas. Le tomará mucho tiempo a Brasil desprenderse de este contagio que sufrió de la ola populista que de a poco se extingue en el continente.
Si Brasil cambia, no hay duda que se van a agudizar los problemas para todos sus vecinos, incluyendo Bolivia, donde no se anticipan grandes modificaciones en cuanto al comercio del gas, pero sí en materia de control del narcotráfico. Por una cuestión de afinidad ideológica más parecida a un sucio compadrerío, durante todo este tiempo los brasileños han estado haciendo la vista gorda de la avalancha de droga y armas que penetran su frontera desde nuestro país.
Un giro hacia el mundo globalizado, en la búsqueda de mercados y nuevas relaciones obligará a Brasil a asumir una postura diferente, tal vez la misma que hace unos años le delegó Estados Unidos, de encarar el liderazgo sudamericano, pero en base a otras premisas, muy distintas a la actitud contemplativa que asumió Lula respecto de los países y los líderes que han promovido políticas anacrónicas, la destrucción de la democracia y la promoción del autoritarismo.
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