Los bolivianos habíamos peleado mucho para deshacernos de viejos estigmas como la pobreza, la corrupción, el narcotráfico y ese apego tan criollo a transgredir las normas y a pensar que de esa forma somos más vivos que el resto de la humanidad.
Hoy no solo seguimos siendo uno de los tres países de América Latina con los peores indicadores sociales y si bien ya no somos el subcampeón de la corrupción, andamos muy cerca de ese podio. Y en materia de tráfico de drogas la verdad es que hemos empeorado, pues Bolivia es hoy el principal proveedor de cocaína de Sudamérica y aspirante a convertirse en el nuevo nido de los grandes cárteles internacionales de la droga como lo fue Colombia y como lo es México.
Además de persistir en esos problemas, Bolivia está camino no solo a revalidar su título de una tradicional “república bananera”, sino a convertirse en una de esas estrambóticas naciones africanas o asiáticas, con pintorescos caudillos, hechos insólitos y métodos de administración política dignos de las páginas de noticias curiosas y libros de récords. Si alguien analiza bien lo que ocurre en la mayoría de los países cuyos representantes asistieron a la cumbre G-77 en Santa Cruz no dudará que de a poco nos vamos integrando a un vergonzoso club al que muy pocos quieren pertenecer.
Comencemos por mencionar algunos ejemplos como el de la manipulación del voto, esa forma tan burda de degradar la dignidad humana a través de la amenaza de flagelar a quienes no brinden su apoyo al oficialismo. Vaya uno a saber qué métodos “culturales” (así lo dijo nada menos que la OEA hace unos años) aplican esos sectores políticos para controlar a los electores, quienes ahora están conminados también a ejercer el “voto colectivo”, “el voto soldado” y otras aberraciones que lamentablemente tiene el aval de los organismos estatales que deberían combatir esas prácticas.
De ese hecho pasamos al caso de dos sectores que están cometiendo ilegalidades y que ahora exigen pasar al orden jurídico con el pago de impuestos. Se trata los cocaleros del Chapare y de los propietarios de autos indocumentados que lamentablemente han recibido un trato permisivo del Estado durante mucho tiempo y que ahora demandan un estatus preferencial a través de la ley, hecho que daría paso a legalizar el crimen y promover de esa forma delitos graves como el robo de autos y el narcotráfico, pues son actividades ligadas a esos dos grupos que bloquean y presionan sin tapujos al gobierno.
A esto hay que sumar, por supuesto, que somos “líderes” en linchamientos y “campeones” en abuso y asesinato de mujeres, aunque habría que decir, sin embargo, que pese a todo tenemos nuestro propio satélite artificial en órbita, uno de los más costosos aviones presidenciales, que nos vamos al déficit por organizar una reunión presidencial y que pensamos mandar a nuestros mejores estudiantes a Harvard. Un país insólito, sin lugar a dudas.
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