Ninguna de las amenazas lanzadas por el Gobierno central durante la campaña electoral dieron buenos resultados y en la mayoría de los casos se le volvieron en contra, a juzgar por los resultados de las elecciones subnacionales de este domingo en el que sin duda alguna se produjo el mayor revés electoral desde 2005, mucho más significativo aún, después de la abultada victoria conseguida por el MAS hace apenas cinco meses en los comicios nacionales que le dieron la tercera victoria presidencial a Evo Morales.
El mensaje de los ciudadanos que votaron para elegir gobernadores, asambleístas, alcaldes y concejales de nueve departamentos y más de 320 municipios se podría expresar en una sola frase: “no le tememos miedo al centralismo y tampoco confiamos en él”, ni siquiera bajo el chantaje reiterado tantas veces de no trabajar con opositores y tampoco financiar obras en aquellas jurisdicciones donde ganen los “neoliberales”, los “privatizadores”, “la derecha” los “vendepatria” y muchos otros dirigentes que fueron copiosamente descalificados por el discurso oficialista, que decidió cambiar radicalmente el tono conciliador previo a octubre, ese que le había permitido Evo Morales abrirse espacios en bastiones que siempre fueron hostiles hacia el “proceso de cambio”.
Lo cierto es que el discurso de confrontación, las amenazas y el chantaje del régimen hegemónico han dejado de ser un factor positivo para el MAS y en lugar de granjearle un “voto duro” no ha hecho más que espantarlo, como ha sucedido con La Paz, donde no sólo se perdió Gobernación y Alcaldía, sino el bastión más preciado todos, la ciudad de El Alto. Lo mismo podría decirse de Cochabamba, donde perdió la Alcaldía; y de Cobija, donde comienzan a aparecer los gestos de irreverencia hacia los métodos empleados allí. En el Beni, la escandalosa manera de hacer trampa para vencer a la oposición y hacerse de la primera victoria tuvo resultados relativos que podrían quedar en nada en una segunda vuelta.
La gente que votó ayer no sólo rechazó los métodos y el talante del régimen; rechazó la prepotencia y la ineficiencia del centralismo. En cambio, le dio el sufragio a la autonomía, a la gestión local, a las obras y los liderazgos emergentes como el de Revilla, de Oliva, de Chapetón, de Leyes, Paz Pereyra, Gatty Ribeiro y muchos otros que se han ganado espacios a puro pulmón, en medio de un caudillismo secante que impide el surgimiento de nuevas figuras, sobre todo en los partidos y agrupaciones dominantes.
El MAS tuvo la oportunidad de hacer gestión local en La Guardia, en Sucre, en Cobija y otros municipios donde se metió a la fuerza, por la vía del golpe. La gente se ha pronunciado y ha vuelto a darle la confianza a quienes se mantuvieron en la senda del servicio, de la legalidad y el compromiso democrático. Ahora el oficialismo tiene la chance de reconocer esos liderazgos, tomar en cuenta los resultados globales y darse cuenta que el único camino que reconocen los bolivianos es el de la concertación.
En 2010, el Gobierno central fracasó en su primer intento por imponer en todo el territorio la hegemonía que había conseguido cinco años antes y que fue ratificada el 2009. La reacción fue la prepotencia, a través del golpe, los juicios y la guerra hacia los gobernadores y alcaldes disidentes. La gente vuelve a pedirle al oficialismo que gobierne para todos, que dialogue y que tienda puentes de acercamiento. El vicepresidente García Linera dijo ayer en relación a los resultados, que el país sigue siendo “unipolar”. Ojalá esas palabras hayan sido sólo producto de la frustración.
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