Los bolivianos deberíamos estar esperando con ansias que se termine el circo electoral, uno de los más deshonrosos que ha tenido lugar en este vapuleado país que a veces no encuentra explicaciones a su lugar en el mundo, siempre al lado de Haití. Para caer en cuenta, deberíamos= fijarnos en este “simple detalle”, es decir, en la manera cómo elegimos a nuestras autoridades, sobre las reglas que le inventamos a la democracia vernácula y en todos los trucos que inventan los “vivos” de siempre, como si fueran a perpetrar el gran descubrimiento de la prosperidad.
Supuestamente las elecciones del domingo serán las últimas de los próximos cinco años. Podríamos asistir a uno de los periodos más prolongados de la última década sin eventos electorales, después de haber participado en alrededor de veinte desde el 2005. No vaya ser que para nuestra desgracia, salga de la galera algún referéndum, una consulta o alguno de esos ensayos tan comunes en esta alocada democracia plebiscitaria. Ojalá que no.
El presidente Morales ha dicho que este será su último mandato, por lo que se espera que se acabe este estado de campaña permanente que lo ha mantenido de un lado a otro, inaugurando miles de obras, muchas de ellas sin mayor trascendencia para la vida de la gente, pero muy útiles a la hora de granjear votos. Lo mismo se puede decir de todos los gobernadores y alcaldes, la mayoría de ellos caudillos en su propio feudo, pequeños caciques que han estado alimentándose de un auge de ingresos que ha comenzado a declinar y que debería obligarnos a pensar en otra manera de conducir al país. Se acabaron los tiempos de las vacas gordas que alcanzaban para mantener al Fondo Indígena y muchas otras aberraciones que se han producido en estos diez años.
Los que van a votar el domingo deberían saber que todo ese mar de ofertas de los candidatos, incluyendo por supuesto, las que se van a ejecutar “solo en los lugares donde gane el MAS” están desde hace tiempo bajo un inmenso signo de interrogación, pues el país ha ingresado en un descenso económico vertiginoso producto de la caída de los precios de las materias primas, gas, minerales y soya, cuyas exportaciones son responsables de la mitad del Producto Bruto Interno y obviamente de los abultados ingresos públicos que han estado financiando el descomunal derroche del “Proceso de Cambio”. De hecho, en los primeros tres meses del año, podríamos haber acumulado una disminución de alrededor de 700 millones de dólares y el panorama es sombrío, pues los precios de los metales están cayendo y al gobierno comienza a tener complicaciones con los cientos de miles de mineros que otra vez podrían estar al borde de la quiebra como sucedió a mediados de los años ochenta.
Vamos a necesitar gobernantes concentrados en gestionar la escasez y las contingencias propias de una crisis, pues ha quedado demostrado que lo del blindaje fue un cuento de los ministros que a través de ese argumento han desnudado la falta de un plan para enfrentar lo que se viene y lo que está sucediendo en Brasil, en Chile y en todo el vecindario, donde hace tiempo están abocados a hacer ajustes, desarrollar planes alternativos, incentivar la austeridad y sobre todo la creatividad para evitar que el final de este superciclo de las materias primas derive en un nuevo periodo de caras tristes.
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