Recuerdo un capítulo de Los Simpsons en el que un fabricante de autos le encarga el diseño de un modelo a Homero, por considerarlo el prototipo del hombre común, clase media, lleno de malos hábitos, mediocre y amante de la ley del mínimo esfuerzo. El resultado fue un adefesio lleno de chucherías que mandó a la quiebra a la compañía automotriz.
Comento esto porque veo a muchos añorar una sociedad edificada a imagen y semejanza de nosotros mismos. El otro día, cuando bloquearon por cinco días el basural de Normandía, algunos propusieron la idea de que Santa Cruz tenga un botadero de auxilio, para cuando a alguien se le ocurra bloquear ¿Y por qué no dos, tres y hasta cuatro basurales?
Si tuviéramos que adaptar la sociedad a cómo somos deberíamos poner basureros ambulantes, unos robots ultramodernos que vayan atrapando cada cosa que tiramos a la calle, desde el auto y el micro. Y hablando de transporte, la ciudad debería tener paradas cada diez metros para adecuarse al capricho de los usuarios, vendedores a cada paso para satisfacer la manera tan caótica que tenemos de abastecernos ¿Eso es lo que pasa no?
Escucho a tremendos analistas hablar de construir más y más hospitales. ¿Para qué? ¿Para curar nuestra cochinera y nuestros malos hábitos alimenticios? Eso se cura en la escuela, mejor dicho en la casa, porque mientras nuestros padres no nos ayuden a cambiar de mentalidad, por más que construyamos colegios modernos y bien equipados, esta sociedad se mantendrá al borde de la quiebra y con líderes dispuestos a seguir manteniéndonos los caprichos. En otras palabras, seguiremos mereciendo la clase de políticos que tenemos.
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