Los más sorprendidos con las afirmaciones del presidente Morales, quien ha dicho en otras palabras, que él, además de Primer Mandatario, también puede ser alcalde de 327 municipios, gobernador de nueve departamentos y quién sabe qué más, deben ser los estudiantes del colegio Nueva Jerusalén de Warnes. Esos chicos no tienen pupitres donde sentarse, sus padres deben pagar los sueldos de los profesores porque no hay ítems y carecen de casi todo para estudiar. Todo eso ocurre pese a que hace años el municipio norteño tiene conducción masista, la misma que se logró por el derrocamiento de la oposición.
Pero más sorprendidos deben estar los habitantes de La Guardia, que durante mucho tiempo fue el mejor municipio del país y desde que entró el MAS hace unos tres años, también vía golpe, se ha convertido en el más caótico, donde se han sucedido varios alcaldes oficialistas y donde en alguna ocasión hubo tres cabezas que han hecho y deshecho de aquella otrora agradable campiña.
Y qué se puede decir de Cobija, donde hoy están con el agua al cuello por los desbordes, pese a que tanto el departamento como el municipio fueron tomados política y militarmente por el gobierno, que supuestamente debía invertir cuantiosos recursos en la protección de la ciudad, con el despliegue de comandos castrenses para salvaguardar a la población de las inundaciones. Recordemos que gracias a los recursos del IDH que se aprobaron antes del ascenso del MAS al poder, Cobija incrementó sus ingresos en un mil por ciento, dinero que debería verse en mejoras que todavía no se observan. Habría que ver qué fue lo ganó gracias al beneficio de “trabajar con el presidente”.
El presidente quiere convencer de algo que los bolivianos afortunadamente han comenzado a rechazar sistemáticamente en los últimos años: el centralismo que nunca fue ni será bueno para nadie, ni siquiera para los paceños que tiran el grito al cielo cada vez que amenazan con quitarle la mamadera del elefantiásico aparato estatal, que un día tendrá que acabarse y que los dejará sin medios sostenibles de vida.
El centralismo boliviano trabaja con una lógica medieval que se ha acentuado. Se parece también a la forma cómo actúan los mafiosos que venden su protección a los que le besan la mano al padrino y le juran lealtad. En el pasado, cuando no había plata y los presidentes no tenían ni aviones ni helicópteros, los alcaldes, los prefectos y los presidentes de las corporaciones de desarrollo, debían peregrinar ante el señor feudal para conseguir sus favores. Hoy la cosa es al revés, el mesías baja del cielo con regalos, los reparte como si fuera Papá Noel y se marcha sin asegurarse si los niños se han portado bien. Hasta en este detalle las cosas también funcionan patas para arriba, como ha sucedido con el Fondo Indígena, donde los más “traviesos” se llevaron todo.
¿Hay alguien que se beneficia de trabajar con el centralismo? Claro que sí, todos esos dirigentes que “han volanteado” la plata de los indígenas y que pese ellos siguen de ministros y de candidatos honorables.
También ciertos gremios empresariales que hoy son señalados como ejemplo para los cruceños. Ellos son de la misma casta de amiguetes que seguramente habrá construido el puente que se acaba de caer en la carretera a Cochabamba.
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