jueves, 29 de septiembre de 2011

Desarme y cambio de rumbo

No se puede gobernar con prudencia un país con la ira manifestada públicamente por el presidente Morales el martes por la noche, cuando se vio obligado a reemplazar a un ministro que debió irse hace mucho tiempo del gabinete, cuando dio sobradas muestras de inoperancia para enfrentar un conflicto, encarado desde un principio con mucha torpeza y desbordante belicismo, la única facultad que demostró este individuo, paradójicamente formado en las filas de los derechos humanos.

La furia brota de los ojos y la boca del primer mandatario a quien se lo ve muy jugado por personajes de su entorno, de quienes seguramente valora su lealtad, pero que lamentablemente son los que han metido al “proceso de cambio” en un juego siniestro de amigos y enemigos, persecuciones, estrategias envolventes, contramarchas y un sinfín de juegos sucios que han enajenado por completo la política, la democracia y un régimen que se había propuesto gobernar sin muertos y llevar al país a “vivir bien”.

El presidente debe calmarse, adoptar otra postura sobre el rumbo del país y el despertar de los conflictos, que parecen recrudecer en la misma medida que el Gobierno exacerba sus ánimos y trata de justificar lo inexcusable. El primer mandatario debería admitir que esa represión a los indígenas nunca debió producirse, no sólo porque no había razones legales ni de seguridad para meter policía (y peor en las circunstancias en las que se produjo), sino porque se trata del sector más humilde y desprotegido del país, pero que al margen de todo, ha demostrado una valentía y una dignidad que se han ganado la admiración de todo el país.

La soberbia no es buena consejera. Bastantes problemas le ha ocasionado al Gobierno esta actitud. Reemplazar a un ministro por otro funcionario totalmente carente de escrúpulos y que ha estado a cargo de oscuras maniobras de persecución, no augura un cambio de rumbo capaz de salvar este proceso político, al que algunos oficialistas consideran herido de muerte. Desarme, sinceridad, democracia, respeto a las leyes, diálogo, son las estrategias que debería comenzar a usar el régimen, después de cinco años de haber entendido a la política como un juego de guerra, en el que había que acumular poder a toda costa y destruir a los enemigos señalados por el régimen. Esas habilidades dieron buenos resultados en un principio, pero está demostrado que la ciudadanía se ha cansado de los abusos, de los muertos y de la zozobra.

El presidente prometió cambios estructurales en el país. Uno de ellos debería ser enfocado en la educación, sector que recibe seis veces menos recursos que el Ministerio de Gobierno, ese que se dedica a las pateaduras, a inventarse el caso Rózsa, a diseñar supuestos planes de magnicidio, golpes y que se tira millonadas en espiar, pinchar y perseguir.

Evo Morales debería olvidarse de esos asesores cubanos que le pintan una panorama sombrío en materia de seguridad y que le llenan la cabeza de visiones estalinistas. La sombra más triste de este país es la pobreza y es muy poco lo que se ha hecho para combatirla. Esa sería la única manera de gobernar para todos, trabajando por la producción, por el empleo y no sólo para los cocaleros, que por ellos el presidente se ha metido en este berenjenal y por supuesto, en los líos del narcotráfico que también ha puesto en un brete al Gobierno.

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