Todavía andamos algo asustados en la familia por culpa de algunos
sobresaltos relacionados con la salud. Cayeron dos con presión alta
que nos obligaron a soplar, correr y sudar en busca de los médicos.
Menos grasa, jóvenes, menos sal, menos frituras, fue la reprimenda del
clínico que me llegó a mí también, por supuesto.
Me asaltó la obsesión al observar tantos boliches, comedores y
restaurantes que no ofrecen más que grasa y sal en forma de pollo
crocante, arroz que brilla y papas fritas que desbordan en aceite.
Cientos, tal vez miles de locales dedicados a satisfacer el apetito
más elemental del paladar humano: la grasa y la sal, que juntos,
satisfacen nuestro primario concepto de lo apetitoso, lo sabroso y que
obviamente están mandando a muchos a la tumba con obesidad, diabetes y
males coronarios.
“Eso vende”, diría un periodista que prefiero no mencionar y que cree
que nuestra obligación como informadores es satisfacer los más
primitivos apetitos del televidente, que sin duda alguna, pasan por
la violencia, la farándula y el morbo. Así se degenera todo, la
medicina abandona la salud y se dedica a alimentar el apetito del
hedonismo con la cirugía plástica. Miren la política boliviana, “el
cambio”, cómo ha caído tan bajo: abocada a fomentar los innobles e
insaciables apetitos de los cocaleros, de los contrabandistas y de los
narcotraficantes.
Ningún padre responsable, ni siquiera ese periodista del que hablo, se
inclinaría jamás a satisfacer todos los apetitos de su hijo, es decir
dulces, chocolatines y caramelos, por más que lloren y zapateen,
porque su misión pasa por buscar la nutrición y salud de los más
pequeños. Pensemos un poco en qué tipo de “apetitos sociales” estamos
fomentando y hacia dónde nos están conduciendo.
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