Alguien dijo públicamente a través de un medio masivo que el juicio a tres magistrados del Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP) no es más que un acto de purga política al mejor estilo estalinista.
A algunos les puede llamar la atención que semejante saña y perversidad se ejecute contra un indígena como Gualberto Cusi, quien al principio provocó risas y asombro al afirmar que administraría justicia con ayuda de la coca, pero que luego cambió la candidez por una firme posición en defensa de la legalidad que lo llevó a expresar reparos hacia la polémica tercera postulación del presidente Morales.
Pero en realidad y al igual que muchos líderes opositores y otros que se han portado contestatarios con el régimen, las figuras indígenas también han sido blanco de una guerra oprobiosa, como la que sufrieron los habitantes del Tipnis, víctimas de una de los actos de represión más humillantes y vergonzosos de los últimos tiempos, que hasta ahora no ha sido esclarecido porque la justicia sigue estando cerrada para los pueblos originarios que tienen la osadía de defender sus derechos.
Ha sido durante este "proceso de cambio", que constantemente reivindica la inclusión, en el que se dio el único acto de flagelación y tortura contra un dirigente nativo y lo vivió el legendario líder mojeño Marcial Fabricano, cuya organización vivió un hostigamiento constante de parte de los operadores políticos y represivos que consiguieron la división y el paralelismo.
No se puede dejar de mencionar el caso del aymara Víctor Hugo Cárdenas, quien recibió un fuerte escarmiento que se extendió a su familia cuando el exvicepresidente salió a criticar algunas falsedades de las banderas indigenistas que hace flamear el gobierno. En esta lista figura también el atentado a la esposa de Fidel Surco, un militante del oficialismo que halló la desgracia cuando intentó encumbrarse en la cúpula que conduce esta llamada "revolución". Mencionamos a Felix Patzi como un caso que confirma que el discurso originario carece de asidero real. Al alcalde de Potosí, René Joaquino, lo encarcelaron y consiguieron doblegarlo y lo mismo tratan de hacer con todos los dirigentes que no se ajustan al "centralismo democrático" que propala el vicepresidente.
El presidente Morales dice estar decepcionado con los "chulos y ponchos" que llevó a las diferentes instituciones, pero eso no es nuevo y eso lo confirma lo sucedido con los expresidentes de YPFB, Santos Ramírez y Guillermo Aruquipa, a quienes se los utilizó como emblemas de la nacionalización y posteriormente se los desechó como seres indeseables. Hace mucho que en el gabinete aparece el canciller David Choquehuanca casi en solitario junto con Nemesia Achacollo haciendo la representación de una administración que dice ser plural y en el parlamento las polleras y los chicotes han dado paso a tránsfugas y reciclados de otros partidos y organizaciones que no representan más que intereses particulares.
La opinión pública se pregunta por qué esta actitud sañuda contra los indígenas. ¿Un caudillismo que no admite que nada crezca bajo su sombra? ¿Un complot de una parte del gobierno que no tolera figuras nativas? El hecho es que en Bolivia existe una gran deuda con este sector que necesita ser saldada. Muchos otros países han hecho grandes avances al reconocer en la práctica los reclamos que estuvieron postergados por siglos y que en Bolivia lo hemos hecho simplemente con carácter simbólico, a través de leyes que no se cumplen y de palabras que quedan en las tarimas.
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