Hace mucho que los organismos internacionales hablan de Bolivia como si fuera un milagro. Lo hicieron cuando pudo salir de las dictaduras militares, periodo en el que se batieron todos los récords mundiales por el número de golpes de estado y por la brevedad de los gobiernos.
Después llamaron “milagro boliviano” cuando se pudo superar el periodo hiperinflacionario que llegó hasta un 20 mil por ciento anual, extremo sólo conocido en países en guerra. Nadie podía creer cuando Bolivia se constituyó en uno de los principales destinos de las inversiones extranjeras luego de su larguísima trayectoria de “nación tranca” y los elogios llegaron a raudales cuando se consolidó el “negocio del siglo”, la venta de gas a Brasil; cuando se sumaron cuatro sucesiones constitucionales pacíficas y por supuesto, cuando el fraude y las asonadas militares desaparecieron del contexto político nacional.
Todo eso ha sido un “milagro” –cómo no-, si lo comparamos con el país feudal de 1952, con la constante inestabilidad que vino después y con los indicadores sociales que la democracia no fue capaz de atacar con la fuerza que se necesitaba.
Le siguen diciendo “milagro” a Bolivia y tienen razón los organismos internacionales al observar que por primera vez se avanza algunos puntos en la extrema pobreza, cuando finalmente se ataca al analfabetismo, cuando hay un poco menos gente que se muere de hambre y cuando la mayoría de los niños asiste a la escuela, cuando menos para desayunar, almorzar y cobrar doscientos bolivianos a fin de año.
Lo del Banco Mundial, FMI o el BID no deja de ser un exceso de optimismo, que se entiende porque también es un gesto de aliento o un voto de confianza para que Bolivia deje de saltar de milagro en milagro, para comenzar una historia de realizaciones concretas, sostenibles, graduales y con la solidez suficiente como para que dentro de unos años no nos sigan viendo como si fuéramos un fenómeno paranormal.
Se nos dice por ejemplo, que dentro de unos años, el tamaño de la economía boliviana será igual que la de Chile. Y eso va a suceder en la medida en que el “milagro chino” siga con el mismo ímpetu de los últimos 20 años, creciendo a tasas cercanas al 10por ciento. Ocurrirá si es que las naciones emergentes continúan haciendo “milagros” y si es que Brasil supera “milagrosamente” sus actuales dificultades.
En realidad, ya ni siquiera deberíamos mirar a Chile, que no deja de ser todavía un gran ejemplo sobre los “milagros” que nos toca hacer en Bolivia. El país más prodigioso de la última década es Perú, que ha logrado colocarse en la cima de las naciones con mejor clima de negocios, según lo expone el Banco Mundial en un reciente informe, uno de los más importantes, porque habla de la competitividad de los países, del dinamismo, la agilidad de los estados para hacer transformaciones reales que llegan a los bolsillos de los ciudadanos, verdaderos protagonistas de los grandes cambios.
Perú se codea con una lista de 35 naciones en la que figuran Japón, Polonia, Singapur, Nueva Zelandia, Hong Kong, Dinamarca, Corea del Sur, Noruega y Estados Unidos, mientras que Bolivia, que además ha caído varios puestos en este ranking denominado “Haciendo Negocios”, figura entre los treinta últimos países del mundo con graves problemas para dinamizar su economía. La mayoría son territorios en guerra, con graves conflictos y países africanos con serios problemas sociales y económicos. Por supuesto, ahí también aparece Venezuela. Sólo un gran “milagro” nos podrá sacar de ese pozo.
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