jueves, 13 de noviembre de 2014

¿De qué vamos a vivir?

Esta pregunta ha estado flotando a lo largo de la historia de Bolivia y el no haber hallado una respuesta orientada hacia el largo plazo, es la explicación a la mayoría de las penurias que hemos pasado los bolivianos.
En la época de la colonia vivíamos de la plata y sería largo de contar todas las tragedias originadas en ese metal. El cambio hacia el estaño nos llevó a la mal llamada “guerra federal”, que no fue otra cosa que una lucha fratricida cuyas heridas no han sanado todavía y que explica en buena medida la división y la falta de cohesión entre los bolivianos.
El estaño consolidó el centralismo y la concepción de un país monoproductor, cuya única vía de salida era (y sigue siendo) un ferrocarril que cambiamos por la costa, aunque ahora nos desgañitemos diciendo que no se trató de una transacción, sino de una injusticia. Quienes firmaron el Tratado de 1904 tenían marcada en su cabeza la pregunta “¿de qué vamos a vivir?” y la respuesta fue rifar el mar, pues de lo contrario Bolivia se hubiera condenado a la inanición y la desaparición.
La Guerra del Pacífico ocurrió porque nuestros gobernantes habían puesto todos los huevos en una sola canasta, en el huano y el salitre y la Guerra del Chaco fue el resultado del mismo fenómeno, es decir, el apetito de nuestros vecinos por arrebatarnos la única fuente de ingresos y convertirnos en el eterno satélite de otras naciones, en el debilucho de la zona, el estropajo que siempre anda buscando un nuevo hueso para roer.
Cuando comenzamos a exportar gas a la Argentina no teníamos reparos en llamar “salario boliviano” al dinerito que nos enviaban tarde mal y nunca nuestros compradores y lamentablemente, ya sea con la capitalización o con la nacionalización, seguimos siendo unos asalariados, dependientes de lo bien que les vaya a nuestros patrones, ya sea los clientes o las petroleras transnacionales que controlan el negocio.
Y el presidente Evo Morales lo dijo literalmente hace un tiempo “¿de qué vamos a vivir”? cuando promovía que se arrase con los bosques, los parques nacionales y los territorios indígenas en busca de gas y por supuesto de nuevos espacios para las plantaciones de coca, el otro recurso en el que tenemos depositada toda nuestra fe revolucionaria.
Queremos producir más alimentos para reducir la inseguridad alimentaria y lo único que se nos ocurre es acudir a la mentalidad desarrollista del Siglo IXX, es decir a talar, destruir, extraer, explotar y exprimir sin considerar que justamente lo que necesita Bolivia para no siga persiguiéndonos el fantasma de la inviabilidad es buscar la sostenibilidad, algo que sólo encontraremos si recurrimosa la diversificación, a la innovación y la competitividad.
Justo ahora que los precios de las materias primas sufren el peor bajón de la última década, nuestros gobernantes proponen abrir un debate con la sociedad y obviamente, en aras de “obedecer al pueblo”, la respuesta será consumir las reservas, insistir en la misma receta del extractivismo y el rentismo, cuando lo que se necesita es que alguien conduzca una verdadera revolución que nos saque del pozo en el que estamos desde hace 500 años.

No hay comentarios:

Publicar un comentario