El único boliviano que no le tenía miedo a los chilenos era “El Gran Sandy”, un cómico que recibía silbatinas cuando subía al escenario en Viña del Mar y minutos después se iba con su gaviota o su antorcha bajo el brazo. Una noche, cuando dijo en la Quinta Vergara que había nacido en Bolivia, se escucharon muchos silbidos. “¿Dónde quieren que nazca, en Estonia?”, respondió. La carcajada superó ampliamente a los abucheos. No sorprende que un caudillo acostumbrado a los adulos y los aplausos quiera buscar su propio escenario para echarse flores y ponerle el pecho a las medallitas. De hecho, el “proceso de cambio” ha sido en realidad la “revolución de los coliseos” y el presidente se jacta del número de escenarios construidos en diez años. Lo que llama la atención es que los Kjarkas, artistas que se han curtido en todos los contextos del mundo, estén apelando al mismo aislamiento. A Bolivia no le va bien en muchos otros aspectos: en el deporte, en la educación, en la lucha contra la corrupción, en las evaluaciones económicas y en muchos otros rankings internacionales. Deberíamos pensar también en crear nuestros propios Juegos Olímpicos, nuestro Premio Nobel, un sistema propio para examinar a nuestros estudiantes para que todos salgan eximidos, etc. etc.
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