Hace unos días, un dirigente del magisterio se quejaba en una entrevista radial porque en el colegio que él trabaja no cambian pupitres desde hace cinco años. Lo decía como si estuviera diciendo algo insólito y exclamaba que “como los niños son traviesos”, los destruyen con facilidad y por eso en el depósito de la escuela tienen cientos de muebles en mal estado esperando la reposición.
Posiblemente ese maestro no sabe (y si lo sabe no le importa) que en Bolivia se gasta más en la refacción de escuelas dañadas por los propios estudiantes y en el cambio de muebles destruidos por “alumnos traviesos”, que en la compra de libros y todo tipo de material escolar para las escuelas y mucho más todavía que en la formación de docentes que seguramente necesitan un gran cambio de mentalidad para que no sigan con esa misma actitud, la de aquel dirigente que jamás cambiaría el mobiliario de su casa cada cinco años.
En medio de un debate sobre la calidad educativa en el país, el papel de los maestros, de los padres y la escuela en Bolivia, surgió la idea de obligar a los chicos de las escuelas fiscales a lijar sus pupitres cada fin de año, darles un baño de barniz y dejarlos como nuevos, como hacen en muchos colegios particulares, donde mantienen los mismos bancos por generaciones y donde estudiantes y profesores hacen una minga al final de cada gestión para pintar paredes, reparar pizarrones y dejar todo en buenas condiciones. Con la grave situación económica que enfrentan, en parte por la hostilidad gubernamental hacia ellos, los directores de los establecimientos privados van a tener que ingeniárselas para sobrevivir y no cabe duda que lo harán con este tipo de iniciativas, que además generan una cultura diferente en el estudiantado, un entorno de aprendizaje invalorable.
Se les preguntó a los maestros de las escuelas fiscales si se puede hacer lo mismo en su ámbito y el rechazo fue generalizado. Algunos dijeron que esa es una obligación del Estado, que además de reparar las travesuras de los niños, debe darles desayuno, almuerzo y seguramente cena dentro de algún tiempo. Otros argumentaron que la medida podría generar susceptibilidad en los padres, en los defensores de los derechos de los niños, en los medios y otros sectores que podrían generar escándalo por “abuso infantil”. Y por último, las alcaldías no lo permitirían porque afectaría los jugosos contratos que tienen con empresas que lucran con aquellas travesuras.
El único alcalde del país que tuvo una idea genial para evitar que los colegios terminen en ruinas cada año fue Katsumi Bani, del municipio de San Juan de Yapacaní. Organizó un concurso con suculentos premios para los colegios menos dañados, que a su vez destinaban el dinero a equipar la biblioteca, a montar un gabinete de computación o un laboratorio de física. Este alcalde fue el que compró un bus de medio uso para ayudar a los niños a llegar a tiempo a la escuela y por ese “delito” fue a dar a la cárcel por varios meses.
Hace unos años, el Viceministerio de Descolonización propuso eliminar varios libros de la literatura boliviana por considerarlos ofensivos hacia la cultura nacional, discriminatorios y racistas. Entre las obras censuradas se encontraba una verdadera joya de las letras bolivianas: “Pueblo Enfermo”, de Alcides Arguedas. Ahora nos damos cuenta por qué.
No hay comentarios:
Publicar un comentario