viernes, 8 de julio de 2011

¿Qué vamos a comer?

 ¿De qué vamos a vivir?, les dijo hace un par de años el presidente Morales a los indígenas que se oponían a los proyectos petroleros que amenazaban sus tierras. Con esa exhortación, el primer mandatario estaba reflejando la excesiva concentración de su Gobierno en las actividades económicas extractivas (minería e hidrocarburos)  y el descuido irresponsable en el que ha incurrido en la producción de alimentos.

Últimamente Evo Morales ha comenzado a preocuparse también por la comida, luego de la escasez y el proceso inflacionario que ha estado azotando al país en los últimos meses. Sin embargo, será difícil remontar una situación que se ha ido deteriorando desde el 2006 y que ha derivado en una fuerte amenaza a la seguridad alimentaria en Bolivia. De hecho, si el Estado no estuviera hoy haciendo grandes importaciones de productos de origen agropecuario, seguramente estaríamos al borde de una hambruna.

Desde que el MAS asumió la conducción del país se ha producido un fuerte descenso de la participación del sector agropecuario en el Producto Interno Bruto (PIB). El año más crítico, según un informe de la Fundación Jubileo, fue el año 2010. Mientras que el PIB total creció un 4,1 por ciento, el PIB agropecuario fue negativo, es decir -1,2 por ciento. Esta misma situación también se dio en el 2007 (-0,7%) y lo que se ha observado en el último lustro es que cada vez se invierte menos y se produce menos comida en el país, algo que contrasta con la bonanza económica originada en los altos precios de las materias primas.

Jubileo dice que en los años 90, el sector agropecuario representaba en promedio, el 15 por ciento del total del PIB, cifra que ha caído al 12,65 por ciento en el 2010. Mientras tanto, los que más han crecido son los rubros extractivos, factor que se explica por el efecto precio, ya que también ha caído la producción de mineras y de hidrocarburos.

El Gobierno ha hecho muy poco para revertir las condiciones climáticas adversas que han ocasionado en parte la disminución de la producción y en todo caso, a través del control de precios  y la prohibición de las exportaciones ha coadyuvado a empeorar las cosas. Pese a que el volumen de la inversión pública se incrementó por el aumento de los ingresos estatales, el porcentaje de inversión en el sector agropecuario disminuyó de un 9,2 por ciento (años 2001 y 2002) a un 6 por ciento y un 6,3 por ciento (años 2008 y 2009) respecto de la inversión total.

En cuanto a las inversiones privadas también se detecta una fuerte contracción, algo que se puede constatar en la disminución de la producción de rubros esenciales como el maíz y la soya. La prueba más palpable es el derrumbe de las exportaciones de oleaginosas. En los últimos cinco meses, las ventas de soya cayeron de 185 millones de dólares a 135 millones, mientras que las de girasol disminuyeron de 44 millones de dólares a 31 millones.

El crudo invierno que estamos viviendo en el país no hace más que empeorar los pronósticos para finales de este año en cuanto a la producción agropecuaria, lo que además de generar preocupación por la escasez de alimentos, también genera negros nubarrones en el factor empleo para un 36 por ciento de la población ocupada que se dedica a las tareas del campo, número que en el área rural alcanza al 77 por ciento. Precisamente ahí está la respuesta para el presidente Morales cuando se extraña por qué la gente de las comunidades campesinas se dedica hoy al contrabando y al narcotráfico. Justamente aquí cabe la gran pregunta para el futuro de Bolivia ¿qué vamos a comer?

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