El Gobierno se ha dado cuenta que hizo un mal cálculo cuando pensó que
el Estado puede convivir de manera armónica con el delito. Cuando era
ministro de Educación, Osman Pazti dijo que había que ser tolerantes con
el contrabando porque esta es una forma de vida de numerosas
comunidades del Altiplano. Años después, cuando se produjo el
linchamiento de cuatro policías en el municipio de Uncía, en los
territorios que los ayllus potosinos habían declarado zona de protección
del tráfico de autos ilegales y otros negocios ilícitos, el
vicepresidente pidió actuar con prudencia hacia esos campesinos e
incluso recientemente, la presidenta de la Aduana, Marlene Ardaya dijo
que no convenía actuar con fuerza contra los "chuteros", porque se
podría generar un alto costo social.
Hace mucho que se sabe que San Germán y Yapacaní son territorios
controlados por el narcotráfico. En esa zona se han encontrado cientos
de fábricas de cocaína en los últimos tres años y en este momento ya no
hay duda que comunidades enteras están dedicadas al negocio, situación
que ha provocado la queja presidencial, pues se trata de importantes
enclaves del oficialismo, donde han surgido numerosos dirigentes que le
han ayudado al MAS a copar espacios dentro del departamento de Santa
Cruz.
Si el presidente quiere ser exhaustivo, conviene que le eche una mirada a
lo que ocurre en las inmediaciones de San Julián, en la reserva del
Choré y en otras zonas, donde la política ha establecido una suerte de
sociedad con el delito, especialmente con la producción y tráfico de
drogas y otras actividades como el contrabando de autos, que en realidad
van de la mano.
Hace unos meses, en este mismo espacio hablamos sobre las “fronteras
calientes” a propósito de los hechos violentos ocurridos en San Matías,
donde al igual que Yacuiba, Puerto Suárez o Challapata, el lugar
intervenido el martes por la Policía y las Fuerzas Armadas, los
criminales le han ganado terreno al Estado y la política y seguramente
están comenzando a prescindir de ella, porque siempre sucede así: es la
mafia la que termina gobernando.
Existe la posibilidad de que los delincuentes hayan comenzado a reclamar
autonomía, pues quedó claro que la política les aplicaba impuestos,
cuando a los “chuteros” se les pidió colaboración para la campaña. La
otra hipótesis –que no es excluyente-, es que Bolivia, cuyos políticos
siempre han creído que este territorio puede vivir al margen del mundo,
se haya convertido en el centro de preocupación continental y que la
presión internacional para que el Gobierno deje de ser tolerante y
comience a actuar, haya comenzado a dar sus frutos. La prueba es que el
operativo practicado en Challapata, donde hubo dos muertos y actuaron
varias instituciones del Estado Plurinacional, coincidió con la tercera
gran movilización militar que realiza Brasil en nuestras fronteras,
donde más de 7.500 uniformados permanecerán por dos semanas a la caza
de narcotraficantes y contrabandistas de armas.
Tal vez para el Gobierno sea un mal cálculo comenzar a actuar ahora que
anda mal en las encuestas y que necesita con urgencia conservar el "voto
duro" para elevar las posibilidades electorales cuando se avecinen las
elecciones del 2014. Ya sea porque la sociedad con el delito se haya
vuelto contraproducente o porque la presión internacional no aguante más
dilaciones, queda claro que el perfil político gubernamental cambiará
radicalmente y los líderes del proceso de cambio necesitarán nueva
alianzas para capear la situación.
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