Cada vez que hablo de evolución en mi
casa, mi madre es capaz de llamar a un exorcista para expulsar los
demonios que tengo adentro. Lamentablemente no tengo otra alternativa,
sobre todo cuando me entero que los humanos seguiremos cambiando, aunque
no se si llamarle a eso evolución.
Hace mucho escuché la teoría de que
dentro de algunos años, tal vez muchos, los bebés nacerán sin los dedos de
los pies, ya que, como se sabe, órgano que no se usa se atrofia y, que
yo sepa, estos miembros apenas sirven para juntar sabañones y crear un
problema cada vez que hay que cortar las uñas.
Hace unos días, científicos británicos
entrevistados por el diario The Sun, lanzaron predicciones sobre cómo
sería el cuerpo humano mil años después. Aseguran que seremos más altos
gracias a la mejor nutrición y la ciencia médica, los intestinos serán
más pequeños para no absorber tanta grasa y azúcar, como una forma
natural de evitar la obesidad; los testículos serán más pequeños por
aquello de la caída de la fertilidad que ya ocurre en Europa; el cerebro
será más chico porque las computadoras se encargarán de memorizar y
pensar por nosotros; los dedos serán más largos para usar mejor los
dispositivos electrónicos y nuestra boca será más pequeña, con menos
dientes porque la comida será líquida o en forma de pastillas.
Hay muchos otros cambios que no menciono
por falta de espacio, pero los científicos no han hablado nada del
corazón, la lengua y los oídos, tres órganos que realmente necesitan
evolución. El primero para ablandarse un poco, el segundo para reducir
su velocidad y el tercero para agudizarse más y mantenernos más atentos.
El día que se produzcan cambios en estas partes del cuerpo hablaremos
de una verdadera evolución, que sin duda alguna, también será del agrado
de mi madre.
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