jueves, 11 de octubre de 2012

Sí, creo en la evolución

Cada vez que hablo de evolución en mi casa, mi madre es capaz de llamar a un exorcista para expulsar los demonios que tengo adentro. Lamentablemente no tengo otra alternativa, sobre todo cuando me entero que los humanos seguiremos cambiando, aunque no se si llamarle a eso evolución. 

Hace mucho escuché la teoría de que dentro de algunos años, tal vez muchos, los bebés nacerán sin los dedos de los pies, ya que, como se sabe, órgano que no se usa se atrofia y, que yo sepa, estos miembros apenas sirven para juntar sabañones y crear un problema cada vez que hay que cortar las uñas.

Hace unos días, científicos británicos entrevistados por el diario The Sun, lanzaron predicciones sobre cómo sería el cuerpo humano mil años después.  Aseguran que seremos más altos gracias a la mejor nutrición y la ciencia médica, los intestinos serán más pequeños para no absorber tanta grasa y azúcar, como una forma natural de evitar la obesidad; los testículos serán más pequeños por aquello de la caída de la fertilidad que ya ocurre en Europa; el cerebro será más chico porque las computadoras se encargarán de memorizar y pensar por nosotros; los dedos serán más largos para usar mejor los dispositivos electrónicos y nuestra boca será más pequeña, con menos dientes porque la comida será líquida o en forma de pastillas.

Hay muchos otros cambios que no menciono por falta de espacio, pero los científicos no han hablado nada del corazón, la lengua y los oídos, tres órganos que realmente necesitan evolución. El primero para ablandarse un poco, el segundo para reducir su velocidad y el tercero para agudizarse más y mantenernos más atentos. El día que se produzcan cambios en estas partes del cuerpo hablaremos de una verdadera evolución, que sin duda alguna, también será del agrado de mi madre.

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