El proceso de consolidación de la reelección indefinida, verdadero proyecto de los actuales dueños del poder está ayudando a reposicionar sin ambages viejos postulados del paquidérmico estado fracasado, centralista y andinocentrista, que lógicamente le hacen mucho daño a la modernización del país, especialmente a la factibilidad de este territorio, que está muy lejos de consolidarse como una nación.
En primer lugar, el reeleccionismo está ayudando a consolidar el “hiperpresidencialismo” boliviano, construido a fuerza de debilitar las instancias locales y subnacionales, únicas capaces de construir nuevos liderazgos y obviamente, las verdaderas alternativas de desarrollo nacional. Cuando el presidente es el único con capacidad de elaborar proyectos, definir prioridades, estructurar presupuestos y liberar fondos (sin ningún control ni fiscalización), no hay forma de que la gente pueda depositar su confianza en otras figuras.
Esa ha sido la mejor forma del Gobierno de darle el tiro de gracia al proceso autonómico luego de haber criminalizado a los autonomistas. Hoy se afirma con total desvergüenza que el centralismo es una opción de los bolivianos, cuando en realidad se trata de la causa de nuestro atraso, de la ausencia de democracia y de los altísimos niveles de corrupción. De la mano del prorroguismo también viene el rechazo al pacto fiscal y la negación de cualquier intento de descentralización y democratización del poder y la economía nacionales, lo que equivale a postergar por un buen tiempo más cualquier posibilidad de verdadero cambio positivo y real en Bolivia.
Como complemento a todo esto llega un discurso discriminatorio, según el cual, ningún líder del oriente boliviano tiene posibilidades de gobernar este país, algo que puede ser cierto, pero que lamentablemente lleva una carga de desdén hacia toda una región que hace mucho tiempo representa el futuro y las posibilidades de progreso boliviano. Es también el rechazo a un modelo de desarrollo económico y social exitoso, cuya existencia es atentatoria contra el estatismo, el rentismo y, por supuesto, contra el caudillismo endémico y que no hace más que apuntalar el sistema fracasado que trata de sobrevivir a través del auge populista. Y para que las cosas no queden solo en palabras, el cierre del proyecto del Mutún es todo un símbolo de la estrategia de revitalización del viejo esquema, como para dejar claro que en el oriente nada tiene que florecer y prosperar. Al menos esas son las intenciones.
Por si fuera poco, la efervescencia del discurso marítimo y el chauvinismo que crece en torno a la demanda, reposiciona el proyecto de país concentrado en la salida al Océano Pacífico, como única posibilidad de desarrollo y que siempre ha tratado de quitarle la mirada hacia otras alternativas, porque esto atentaría contra las élites de mineros, comerciantes y burócratas del ande, que siempre han medrado con esta Bolivia mal diseñada, insostenible y carente de equilibrio. El futuro de nuestro país depende de darle vuelta a este sistema de cosas. Lo que ocurre hoy nada más pospone ese destino inevitable, si es que queremos evitar nuestra desaparición.
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