No hacía falta gastar tanto dinero ni trasladarse hasta Nueva York para promocionar las grandes ventajas de invertir en Bolivia. A no ser que el verdadero motivo del viaje haya sido otro. Ahí no hay materia de discusión pues turismo y fiesta es lo que mejor se viene haciendo en los últimos tiempos.
Desde hace años el régimen nacional viene ampliando las ventajas para las empresas extranjeras, especialmente las petroleras. Todos los años organiza grandes eventos donde reúne a los ejecutivos de las compañías más renombradas. Al principio se las amenazaba, después vinieron las propuestas más coherentes y ahora se les ruega, se les implora, se les ofrece pagarles y recompensarles, entregarles en bandeja de plata las áreas protegidas y los parques nacionales , pero no hay manera, los capitales no llegan y no se atreven, porque aún está fresco el trauma de la nacionalización; nadie confía en las promesas de que ya se acabaron las confiscaciones y lo que es peor, todos piensan que les podría ir mal en un supuesto litigio, pues el Estado Plurinacional suele desconocer las instancias internacionales de arbitraje.
El miedo entre las empresas cunde cuando se observa lo que le pasó a Ostreicher, a varias mineras extranjeras víctimas de ocupaciones ilegales, a agricultores brasileños que tuvieron que recurrir a su embajada porque las autoridades nacionales las ignoraron cuando denunciaron el avasallamiento de sus tierras a manos de delincuentes con altos contactos políticos. Temen que les pase lo mismo que a compañías españolas y estadounidenses que enfrentaron expropiaciones y que se vieron en figurillas al cobrar su plata porque nuestros líderes respetan a los organismos internacionales solo cuando les conviene.
Muchos creen que en Bolivia reina el capricho de los mandamases y justamente el presidente lo dejó patente en Nueva York cuando afirmó que a las empresas que hacen política se las expulsa. Y este país todos saben que esa determinación depende de lo mal que se hayan levantado los dueños del poder, con capacidad para denunciar, juzgar y condenar al mismo tiempo.
El vicepresidente García Linera hizo muy bien el otro día en poner de ejemplo a Lenin para justificar el hecho de que un socialista busque socios capitalistas. La Unión Soviética lo hizo poco tiempo después del triunfo de la revolución bolchevique, pues rápidamente se dieron cuenta que el socialismo no servía para producir y darle de comer a la gente. A través de un proyecto denominado Nueva Política Económica, los comunistas consiguieron inversiones privadas, pero la mayoría no prosperó por falta de condiciones y porque la inmensa mayoría de los obreros prefería trabajar en las empresas del estado, donde cobraban por el mínimo esfuerzo y gozaban de todas las ventajas que la demagogia les había ofrecido.
Las pocas empresas privadas que prosperaron en la Unión Soviética fueron de las de una pequeña élite mafiosa vinculada al poder, con contactos y privilegios que les permitieron lograr excedentes que fueron enviados al exterior lejos del alcance de los angurrientos comunistas. Esas mismas mafias son las que controlan hoy el poder en Rusia, las que apuntalan la dictadura de Putin y las que seguramente estarían dispuestas a venir a Bolivia.
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