Todos quisiéramos que el Ministro de Economía de Bolivia tuviera razón y que los equivocados sean los economistas de la CEPAL, del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial en las previsiones sobre el crecimiento. Quisiéramos también que estén fuera de lugar nuestros vecinos de América Latina que andan ajustándose los cinturones y recortando por todos lados, anticipándose a la grave recesión que se avecina y que podría quedarse por un buen tiempo, al menos por cinco años, según los cálculos más optimistas.
Hasta en eso tuvieron suerte los actuales conductores plurinacionales, pues en Bolivia la crisis suele afectar con cierta lentitud, no solo porque los bajones en el precio del gas se actualizan cada tres meses, sino porque gracias a unas fórmulas inventadas en la “época neoliberal”, el impacto de las caídas en los ingresos también suelen tener efecto retardado en las finanzas públicas. Eso no impide sin embargo, visualizar los nubarrones que ya oscurecen nuestro futuro inmediato. Si no lo queremos ver es por puro tozudos nomás o por exceso de irresponsabilidad.
A diferencia de nuestros vecinos, en Bolivia estamos hablando de doble aguinaldo, de fideicomisos, de grandes inversiones públicas, de feriaditos para ver jugar a la selección, de mandarle un avión privado al canciller chileno para que venga a una entrevista y seguimos dilapidando plata en campañas sin ningún sentido. Nadie quiere hablar del fenómeno de El Niño que se avecina; de las decenas de empresas mineras que están cerrando sus puertas; de las grandes pérdidas en el agro por las malas cosechas y por el impacto del contrabando; de la caída del precio de nuestro producto estrella, la quinua, cuyo auge pasó sin pena ni gloria y de todos los hechos de corrupción que cada día saltan como pipocas y que sin duda alguna le han causado un perjuicio súper millonario al país.
El gobierno se pasa el día hablando del crecimiento y en el caso de que fueran ciertas las cifras oficiales, habría que analizar cuál es la naturaleza de nuestros abultados porcentajes, superiores a los de Brasil, Chile o Colombia, por citar economías más dinámicas.
Todos sabemos que hemos crecido a cifras mayores del promedio continental gracias a un solo factor: el auge de los precios de las materias primas que le han permitido al gobierno, quintuplicar la inversión estatal, incrementar en un 20 por ciento el tamaño del aparato estatal, aumentar los salarios, elevar los subsidios, los bonos y todo tipo de dádivas que han permitido aumentar el circulante y por supuesto, el consumo de bienes y la inversión privada en sectores principalmente de servicios de y de construcción.
Si esas mismas medidas se hubieran tomado en otro país medianamente ordenado, el auge del consumo hubiera desatado una inflación galopante, hecho que no se produjo en Bolivia gracias al contrabando, a las facilidades para importar de todo, incluso papa y cebolla, que han estado escaseando porque lamentablemente el dinero extraordinario no se usó para aumentar la producción. También fue posible por el fuerte torniquete aplicado por el régimen a la economía formal, a la que aplicó controles, prohibiciones y un acoso de política fiscal sin precedentes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario