Nadie debería protestar por los altos costos de la organización el Rally Dakar en Bolivia. Más bien tendríamos que sumarnos a la idea de traer el Miss Universo, como alguna vez se prometió y a eso agregarle festivales y todo tipo de jolgorios. Cualquier cosa, menos cumbres como la que se ha estado llevando a cabo en Tiquipaya, donde hubiera sido mejor continuar con el discurso de los pollos y las hormonas, mucho menos dañino que seguir machacando con la cantaleta de la guerra al capitalismo.
A estas alturas ya todos deben saber que eso no es nada más que palabras, pues el mercantilismo, la cara más dura y primitiva del capitalismo, sigue con excelente salud en el país, donde convive con el capitalismo de estado, el capitalismo de amiguetes, a los que se les permite incluso incursionar en terrenos ilegales y por supuesto, el capitalismo que practican las grandes multinacionales a las que el gobierno boliviano no sabe qué ofrecerles para que vengan a invertir en nuestro territorio.
Otro tanto de los que escuchan esas sabrosas arengas que hacen chillar a la platea tercermundista y que inundan los sistemas de información planetarios, ya deben conocer las profundas contradicciones entre el discurso anticapitalista y el particular modo de entender el ambientalismo en Bolivia, donde se ensalza el extractivismo como sinónimo de progreso y se vilipendia a los parques y reservas naturales, porque supuestamente son un invento del imperialismo que nos niega el derecho a progresar como lo hicieron las grandes potencias hace más de 120 años.
También debe haber algunos sorprendidos por esa forma de ver las cosas, en un mundo que está girando hacia las energías alternativas, impulsadas precisamente por un capitalismo moderno que ve cómo el petróleo va perdiendo terreno. Al menos se ve raro a “socialistas” alzando viejas banderas capitalistas cuando los contrarios comienzan a tomar conciencia de que hay que cambiar de rumbo y además todo “lo verde” se vuelve un gran negocio, muy útil para países como el nuestro, que tienen mejores oportunidades de surgir en el sendero de la sostenibilidad.
Todo es parte de una pose, pero una actitud que le cuesta muy caro al país, pues hay capitalistas que se toman en serio las amenazas y eso se traduce en la caída de las inversiones extranjeras y en la negativa de las grandes empresas a incursionar en el país. La mentalidad que buscamos sostener a rajatabla nos impide reformar de una vez por todas leyes que no nos sirven más que para respaldar el palabrerío, pues por debajo de la mesa buscamos tranzar y convencer en vano, pues el que invierte y arriesga necesita seguridad jurídica.
De la boca para afuera defendemos la ecología y la madre tierra, pero en realidad nuestros parques, ríos y bosques están a merced de piratas habidos y por haber, hecho que nos impide diseñar verdaderos proyectos de aprovechamiento de la naturaleza, como lo están haciendo países que saben sacarle provecho a la riqueza genética, al potencial científico y la inmensa biodiversidad tan apreciada y bien pagada en el mundo. En conclusión, ese discurso es mucho más que folklore. Se trata de una postura muy dañina que deberíamos cambiar.
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