Ceremonia en Tiahuanacu para celebrar el récord de Evo Morales. |
Una de las palabras más repetidas en las últimas semanas es “estabilidad” y se señala como una virtud el hecho de que el presidente Evo Morales esté rompiendo un récord de permanencia ininterrumpida en el poder, porque todavía tenemos el lastre del golpismo y las convulsiones muy fresco en nuestra memoria. Si hoy muchos celebran una marca de nueve años, ocho meses y veinticinco días es porque lamentablemente nuestro promedio sigue siendo muy bajo y no llega a tres años, con algunas presidencias que apenas duraron algunas horas y un juego de “pasará pasará” que nos llena de vergüenza.
Pero es obvio que el otro extremo tampoco es el mejor. Y la historia nos lo muestra claramente con personajes bastante oscuros que también permanecieron mucho tiempo en la conducción de nuestro país y otras decenas de ejemplos de gobernantes actuales, todos ellos africanos, asiáticos y latinoamericanos que se han propuesto perpetuarse en el poder, sin que ello sea sinónimo de prosperidad para sus pueblos, sino todo lo contrario.
“Bolivia es un país muy difícil de gobernar”, es lo que escuchamos siempre y por eso es que también es común hablar de crisis de liderazgo y señalar como el mejor a aquel caudillo que logre permanecer mucho tiempo en el poder gracias a su carisma, sus habilidades políticas y una buena dosis de mano dura.
Nuestro país es complicado como cualquier otro donde hay caudillos pero no existe un Estado que sea capaz de atender las necesidades de la gente, de educar al ciudadano y de preocuparse por el bienestar de todos, no solo de su grupo. Y nunca ha tenido líderes porque el hipercentralismo acapara todo el poder y el dinero y en esas condiciones no existe manera de que puedan florecer figuras locales y regionales, únicas capaces de hacer gestión en bien de las demandas puntuales, aquellas que tienen que ver con la cotidianidad, los servicios y el llamado “vivir bien”.
Esta ausencia de institucionalidad y la falta de respeto a las leyes da como resultado un terreno fértil para los populismos y el poder y permanencia de los caudillos es directamente proporcional a la cantidad de dinero que tienen en sus manos para alimentar la red clientelar que lo sostiene, porque desafortunadamente, en nuestro país la idea de un “buen gobierno” está asociada a la mayor cantidad de privilegios que pueda otorgar a ciertos grupos de ciudadanos influyentes y con capacidad de mover las piezas hacia una u otra dirección.
Como se ve, se trata de un círculo vicioso, que ni “la estabilidad” de Evo Morales ni de ningún otro ha conseguido romper, pues está alimentada por los mismos vicios y cultura política que nos hace dar pasos en falso y cuya sumatoria es igual a cero.
Y por más que trate de disimularlo, el Gobierno está muy preocupado por la crisis que se avecina. Se nota en la angurria con la que maneja el tema de la reelección, en el discurso agresivo y los intentos de desestabilizar a los gobiernos y líderes locales y en el aumento de la dosis de prebendalismo. En condiciones difíciles hasta el líder más “estable” se tambalea. Eso también nos lo ha mostrado nuestra historia plagada de fracasos y siempre pisando la cornisa de la inviabilidad.
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