Los líderes opositores parecen haber cobrado nuevos bríos. Se los vio defender con mucho ímpetu la democracia en las vergonzosas sesiones de la Asamblea que dieron vía libre al referéndum que podría abrirle las puertas al presidente Morales para una nueva postulación a la primera magistratura.
Esas energías parecen renovadas luego de la derrota electoral sufrida por el oficialismo en los referendos autonómicos del pasado 20 de septiembre, que se suma obviamente al revés en las elecciones subnacionales de marzo de este año, aunque en ninguno de los dos casos el mandato de Evo Morales estuvo en disputa y las victorias dispersas tampoco tienen un nombre y apellido concretos, sino más bien han sido la respuesta a una suma de errores cometidos por el oficialismo y que le van pasando factura en las urnas.
A la hora de evaluar las perspectivas para la próxima contienda de febrero de 2016, debemos tener en cuenta a los resultados de las elecciones de octubre de 2014, cuando el Primer Mandatario recibió el apoyo del 60 por ciento de la población y consiguió su tercer mandato con una abrumadora presencia en el Congreso que le permite mantener los dos tercios y obviamente la posibilidad de hacer y deshacer de las leyes y la Constitución como lo viene haciendo.
Previo a esa elección, la oposición se manifestó agresiva, con una fuerte recurrencia en los medios de comunicación, con candidatos de gran peso y solvencia para explicar sus programas, pero lamentablemente fueron incapaces de decirle a la gente en qué son diferentes a Evo Morales y el “proceso de cambio” y lo que es peor, nadie supo decir cómo van a mejorar las cosas, cómo van a subsanar los errores y cuál es la alternativa viable a todo lo que está ocurriendo y que tanto critican.
Hizo muy bien en señalar un connotado analista liberal, que todos los candidatos decían casi lo mismo. Todos parecían socialistas, estatistas y populistas. Ninguno se atrevió a cuestionar la nacionalización, nadie se refirió a los bonos y su insignificante efecto sobre el bienestar de la gente y la economía nacional; hubo muy poco cuestionamiento a la raíz del problema que nos aqueja, a la violación de los derechos humanos, al narcotráfico, a la destrucción de nuestro aparato institucional, al florecimiento de la ilegalidad, a la amenaza que en ese momento ya se visualizaba de que nuestro país ingrese en un periodo de crisis que nos podría mandar a la lona otra vez y que ahora está más cerca que nunca.
La gente no es tonta y ante tanta vacilación y la similitud de los discursos, prefiere inclinarse por el original, aquel que ha demostrado mayor estabilidad en el manejo del poder y en el sostenimiento del clientelismo, el factor más importante de nuestra política y el que valora más el votante a la hora de acudir a las urnas.
Está demostrado que los opositores no van a conseguir nada con su cantaleta “anti-Evo” y en todo caso lo único que logran es fortalecerlo. La gran pregunta es cómo van a construir un discurso alternativo; de qué manera van a generar una plataforma diferente que permita salvar a la democracia y a la economía de este país, los dos elementos que están en grave riesgo.
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