De vez en cuando el inoperante Estado boliviano decide hacer acto de aparición a través de alguna de esas “genialidades” que inventan los burócratas para sacarle plata a la gente. Esta vez ha sido a través de una medida de dudosa legalidad y de nula trascendencia para la sociedad, pues el único propósito manifiesto es meterle la mano al bolsillo a la población.
Estamos hablando de la dichosa “revisión técnica”, un nuevo invento que favorece a la Policía Nacional, para compensarle el negocio de las cédulas de identidad y los permisos de conducir que pasaron a depender de otros burócratas que no dan pie con bola y que siguen maltratando a la gente con colas interminables, coimas y otras miserias a las que nos tiene acostumbrado este Estado, que supuestamente existe para servirnos y facilitarnos la vida.
La Policía debe creer que el ciudadano común no se acuerda cómo ha funcionado siempre este asunto de la “revisión técnica”. Todo se resumía a un truco “pro bolsillo” de la jerarquía uniformada, que no se preocupaba mucho por hacerla cumplir porque todos sabíamos que se trataba de un robo disfrazado. La cosa cambia cuando la institución verde olivo se ve urgida por fondos frescos y pone en marcha un operativo que se asemeja a un acto de tortura colectiva.
Nadie se opone a que la Policía haga su trabajo, pero es hora de que las instituciones estatales y sus responsables actúen con mayor vocación de servicio hacia quienes les pagan el salario. Y cuando se trata de servir, lamentablemente la Policía es de las peores. Poner a individuos semianalfabetos a atender a la gente es el colmo; “que no hay sistema”, “que se acabaron las rosetas”, “que vuélvase más tarde”, “que colabore”, “que falta esto y lo otro” ha sido la constante en los últimos cuatro meses que cerraron el martes con un descomunal caos, entendible solo en esta gigantesca “Sucupira” que es la Bolivia de los autos chutos, la coca ilegal, el contrabando en mamaderas y otras miserias.
Es lamentable que a nadie se le ocurra tener un mínimo de consideración con la gente que contribuye y que siempre tiene que ser sujeto de maltrato de individuos maleducados, abusivos, amarrados de un uniforme o un sucio escritorio. Cómo no pensar en alternativas, como la instalación de este servicio en las estaciones de cambio de aceite o en las gasolineras; se puede pensar también en delegar esta responsabilidad a las aseguradoras, salvando claro, el hecho de que la Policía se guarde sus veinte pesitos; al final todo el mundo tiene derecho a medrar en este país tan misérrimo, sobre todo cuando hablamos de ideas y ganas de mejorar.
Los ciudadanos somos los culpables de todo esto que ocurre. Es de no creer cómo una población aparentemente rebelde como la boliviana, se dejar conducir como mansos borregos hacia esas iniciativas insulsas, esos papeleos inútiles, a la tercera placa, al sello, al trámite, a la ventanilla, que suba, que baje, que vuelva, merodeos que solo promueven la corrupción y el atraso. Hace poco el Ministerio de Transparencia de Lucha contra la Corrupción organizó un concurso consistente en reunir anécdotas y experiencias de la ciudadanía sobre la burocracia y el reino de las ventanillas. ¿No les parece que es la hora de hacer algo al respecto?
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