Cómo nos cuesta entender a los indígenas. Ni siquiera somos capaces de visualizar el largo, tortuoso y solitario camino que les ha tomado recorrer hasta llegar al umbral, solo el umbral de sus reivindicaciones, postergadas desde hace 500 años.
La lucha más fuerte de los indígenas en América Latina y también en Bolivia, comenzó en los años 70, después de la irrupción de un socialismo y una izquierda que los ignoró por completo. Mucho después de la Revolución del '52, que no consiguió entender el problema étnico, que engloba cultura, territorio y otros aspectos que hoy se abordan apenas desde el discurso. El MNR solo alcanzó a ver al campesinado, que no es lo mismo. Ni siquiera las tradicionales organizaciones comprometidas con los sectores más débiles del país, como la COB, impulsora de innumerables conquistas sociales, posaron su mirada en los pueblos originarios para escucharlos, entenderlos y menos hablar por ellos.
Los indígenas labraron solos su camino. Lo hicieron los chiapanecos en México, los Quiché-Maya de Guatamela con Rigoberta Menchú como símbolo; los mapuches en Chile y los habitantes de la Amazonia en Brasil, que lograron sacudir al mundo con sus gritos de advertencia y consiguieron despertar la conciencia sobre la defensa del medio ambiente. No es casualidad que Río de Janeiro haya sido la sede de la primera gran conferencia mundial sobre el tema ecológico en 1992 con la Cumbre de la Tierra.
Los movimientos urbanos, fundamentalmente obreristas, los grupos de izquierda, los socialistas y todas las manifestaciones democráticas de la postguerra, encausaron la corriente de la segunda generación de derechos. A ellos les debemos un conjunto de reivindicaciones económicas y sociales como el derecho a la salud, a la educación, al empleo digno, etc. Cuando le tocó el turno a la tercera generación, es decir, cuando se comenzó a hablar del derecho a un medio ambiente sano, del acceso a la tierra; cuando se mencionó el territorio, el agua y la eterna exclusión de la que han sido víctimas los pueblos nativos, nadie salió a la palestra más que ellos, como si la defensa de la ecología fuera para beneficio exclusivo de un grupo.
En Bolivia, los indígenas siempre marcharon solos. Ellos obtuvieron la modificación de la Ley INRA, las Tierras Comunitarias de Origen (TCO); fueron los primeros en pelear por una nueva constitución, precisamente porque la constituyente era la única manera de introducir aquella nueva generación de derechos, que el mundo entero estaba esperando. Prueba de ello son las convenciones y declaraciones internacionales de la OIT, de la Unesco y de otras instancias como la Cumbre de la Mujer de 1995, la Cumbre sobre el Racismo del 2001, etc. No cabe duda que los indígenas bolivianos fueron unos adelantados en este sentido y los mejores sintonizados con las tendencias mundiales en materia de progreso jurídico.
La irrupción del movimiento cocalero y otras organizaciones que interpelaron a la democracia y conquistaron el poder en el 2005, no hicieron más que coincidir o empalmar con el camino que habían marcado los indígenas. Con mucha inteligencia y oportunismo político, el MAS y sus intelectuales se apropiaron del discurso y rápidamente le dotaron a Evo Morales del rótulo del “primer presidente indígena”, hecho que lo puso en la primera plana internacional. Hoy, ya todo el mundo sabe que aquello fue una estafa y para los indígenas, no constituye más que un accidente en su caminata que no admite postergaciones. Este régimen se ha propuesto sepultar definitivamente la voz de los pueblos nativos, tarea que no solo resulta imposible, sino muy riesgosa.
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