El mejor consejo que me dieron para evitar problemas en los días de
Carnaval, es “dejarse”. “No te resistas, hay que dejarse mojar,
dejarse pintar y dejar que te pringuen con todo lo que pillen”. Si
diste un paso a la calle es porque estás dispuesto a correr todos los
riesgos de la Fiesta Grande.
Esa política carnavalera de no resistirse a la corriente, contradice
lo que normalmente escuchamos todos los días. Incluso a los niños les
decimos que no se dejen pegar por el “matón” que nunca falta, incluso
en el kinder. No hay que dejarse gritar, no hay que dejarse quitar, no
hay que dejarse “robar” el asiento del micro, no hay que dejarse con
los micreros en las calles, no hay que dejarse con los policías cuando
aplican el “artículo 20”, no hay que dejarse con el jefe, etc, etc.
Demás es extender la lista y tampoco hace falta escribir un libro con
toda esta “sabiduría” popular en la que, obviamente prevalece el
egoísmo, la soberbia y también el instinto de supervivencia, tan
acentuado en una sociedad que carece de estabilidad.
Cuando hablamos de “dejarse y no dejarse”, yo prefiero inclinarme por
la forma cómo usaban nuestros abuelos este término. “No seas dejau”,
nos decían cuando veían en nosotros algunos gestos de desidia, flojera
e indiferencia. Los más intelectuales hablan de “dejación” y por
ejemplo, lo aplican a sociedades como la cubana, donde mucha gente,
cansada de los abusos de la dictadura, ha hecho “dejación de libertad”
y se ha sometido por completo.
Eso podría estar pasando en Santa Cruz con la dirigencia. Los abusos
del poder parecen haber “amansado” a quienes antes rugían en las
tarimas pidiendo autonomía, democracia y justicia. El peligro es que,
como en el Carnaval, nos dejemos pringar tanto, que después no vamos a
reconocer ni quiénes somos.
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