sábado, 6 de agosto de 2011

Ese espectro llamado Bolivia


El Ministerio de Cultura del Estado Plurinacional desembolsó una
cuantiosa suma hace muy poco para financiar el bailongo de los
residentes paceños en Santa Cruz que terminó en borrachera y toneladas
de basura. Sin embargo, las autoridades nacionales andan regateando
con la Gobernación de Tarija, para ver quién paga los festejos del 6
de agosto, que este año se realizarán en suelo chapaco. La suma es
mucho menor que la que se gastó en la avenida Grigotá el sábado pasado
y seguramente inferior al tremendo derroche que se hizo para el
partido de la selección boliviana en Jujuy, gasto que el ministro de
Comunicaciones justificó de manera magistral cuando dijo que tanto
despliegue era la expresión del gran deseo de los bolivianos para que
gane nuestro equipo.

El Gobierno decreta sin problemas feriado para el Año Nuevo Aymara,
declara asueto para chillar por el mar y también lo hace para el
aniversario de la asunción al poder de Evo Morales, pero se niega a
hacer lo mismo con el 186 aniversario de la Independencia de Bolivia,
una fecha que será dedicada a exteriorizar lo terriblemente divididos
que estamos los que habitamos este territorio, que alguna vez quiso
ser una República, con un Estado que se ocupe de tejer una única
identidad en medio de la diversidad y que por supuesto, construya un
horizonte común que sea capaz de hermanar a los habitantes de los
andes, los valles y los llanos.

Nunca antes se había producido en este país tanto aliento a la
división desde el poder y lo que ha conseguido es convertir a Bolivia
en un verdadero fantasma, sobre el que prevalecen los intereses
mezquinos de algunos grupos que, a nombre del “cambio” están
destruyendo todo vestigio de nacionalidad, de sentido de pertenencia a
una sola nación y por supuesto, la escasa institucionalidad que se
pudo construir desde 1825. ¿Todo para qué? Para edificar un Estado
amorfo, tribalizado, lo más parecido a un sindicato movido por arengas
en lugar de leyes y en el que una montonera busca conducirnos a todos
a la destrucción por la vía del narcotráfico, el contrabando y toda
forma de ilegalidad, dimensiones que han encontrado en el Gobierno a
su principal aliado, capaz de “legalizarlo” todo, incluso el robo de
autos.

Mientras Bolivia se muere de la misma forma que mataron a la
república, sin concederle ni siquiera el derecho a una digna
sepultura, la población contempla las peleas absurdas de los monigotes
que se disputan  los mástiles y las banderas, protagonismo que resulta
cada vez más inútil, porque cada boliviano está en la suya, en su
comunidad, en su propia nación, en su negocio, en su territorio, en su
pega, en su sindicato, en cualquier espacio que hoy tiene más valor
que el sueño de 186 años.

Los más viejos, los que siempre han reclamado por el valor del civismo
se quejan por la ausencia de banderas. Y es verdad, la gente ya no
palpita por los símbolos, tan estropeados últimamente, pero ya
quisiéramos que fuera simplemente eso, una ausencia de sentimiento
patriotero, pero desgraciadamente lo que ocurre con Bolivia es peor.
Es la hiperfragmentación social, es la exacerbación de los odios, es
la pérdida de la mística nacionalista y el aniquilamiento de la
conciencia patriótica que se esfuma junto con la democracia.

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