domingo, 7 de agosto de 2011

Fiesta en Palmasola


Franz Gonzales, alias  “Vinchita” está cumpliendo una condena de 30 años de prisión por el asesinato de Jessika Borda, ocurrido el 21 de noviembre de 2003. La muerte de la joven de 24 años conmocionó a la opinión pública boliviana y nos obligó a todos a reflexionar sobre la importancia de fortalecer la lucha contra la inseguridad ciudadana. La madre de la víctima, Rhea Borda, creó una fundación civil para apuntalar los esfuerzos gubernamentales en el combate de la delincuencia y la impunidad, pero lamentablemente sus esfuerzos no han sido acompañados precisamente por las autoridades e instituciones obligadas por ley a actuar con mayor firmeza en este tema.

La madre de Jessika Borda movió cielo y tierra para conseguir que se instale en el ingreso de la cárcel de Palmasola un detector de metales para impedir el tráfico de armas hacia el interior del penal, ya que se había comprobado que muchos de los reos siguen manejando tras las rejas peligrosas bandas delincuenciales que comenten asaltos y asesinatos. Precisamente quienes mataron a Jessika habían estado en la prisión, donde perfeccionaron sus métodos para delinquir y mejoraron sus contactos con otros maleantes. La Policía nunca quiso colaborar con Rhea Borda para mejorar los controles en la cárcel. El costoso detector donado casi siempre estaba en mal estado y nadie hacía esfuerzos por repararlo. Obviamente, en torno a este ir y venir surgieron muchas sospechas.

Hoy, Franz Gonzales es uno de los grandes jeques de Palmasola. Vive como un verdadero rey, con todos los lujos imaginables. Tiene un cuerpo de seguridad que lo protege, maneja dinero a manos llenas y hasta organiza fastuosas orgías con prostitutas, mucha bebida y también drogas. Tanto derroche, por supuesto, hace pensar que el “Vinchita” continúa percibiendo fuertes ingresos por su lucrativa actividad y que Palmasola le brinda el ambiente ideal para manejar sin riesgos su organización delictiva.

Las cosas tienden a mejorar para el “Vinchita”. El auge del narcotráfico, el florecimiento de la “industria” del secuestro y toda clase de crímenes vinculados a la producción de drogas, proporcionan el caldo de cultivo inmejorable para un capo como él. Y Palmasola le sirve de Bunker, de Palacio, de centro de operaciones, con la ventaja adicional de que la Policía, cuando menos, hace la vista gorda sobre todo cuanto sucede al interior de los muros. En este contexto, no será extraño que surjan más “vinchitas”, tanto o más peligrosos, tal como sucedió hace algunos años cuando se produjo el auge del robo de autos en Santa Cruz, un delito que fue frenado porque se aplicaron algunas medidas de control en Palmasola, como la prohibición del uso de celulares y el traslado de algunos reos peligrosos a otras cárceles de máxima seguridad.

Es ilusorio, por el momento, pensar en una cárcel modelo para Santa Cruz. Palmasola debía ser eso, pero la plata se la robaron y del proyecto no quedó más que unos galpones, celdas de venesta y los presos a la de Dios. Pero al menos se puede exigir que la Policía y las autoridades penitenciarias activen un mínimo del sentido común, para evitar que la región y todo el país sigamos siendo víctimas fáciles de los delincuentes que gozan de una trinchera perfecta y; además, súper divertida.

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