Las salas de terapia intensiva de todas las clínicas y hospitales de
Santa Cruz se preparan para un mes muy ajetreado. Para los médicos,
especialmente los cardiólogos, diciembre es sinónimo de grandes
sobresaltos ya que a sus manos caen muchos pacientes a pagar las
facturas por los placeres de las fiestas de fin de año. Mucho alcohol,
comida en exceso, el colesterol que hace su trabajo y pum. Todo eso,
sin contar el abultado número de accidentes y hechos violentos que
también experimentan una crecida en estos días que supuestamente están
reservados para reforzar la unidad familiar y bla, bla.
Época de aguinaldos, la gente que sale despavorida a gastar y luego
arrepentirse por comprar cosas que no necesitaba.
¿Existen placeres en la vida que no exijan costosas consecuencias? Le
trasladé la pregunta a un amigo que goza de abstenerse de las
conductas borreguiles de la sociedad de consumo. “Precisamente ese es
uno de mis mayores placeres”, me dijo. “El truco está en gozar de otra
manera, anticipándose a las secuelas que pueden acarrearle a uno el
derroche, no sólo de plata. Por ejemplo, yo gozo cuando como poco
porque nunca me indigesto y seguramente voy a tener muchos almuerzos
más que aquel que come como si se esté acabando el mundo. Me da placer
conducir despacio, callarme y dejar que sean otros los que discutan y
digan estupideces; no sabes lo lindo que se siente contener la ira y
evitar insultos que luego dejarán rencores y resentimientos, orgullo y
todo eso que, obviamente no es nada placentero”.
Cómo no darle la razón a mi querido amigo que me pidió no nombrarlo.
Ese es otro de sus grandes placeres. Gozar del anonimato en un mundo
cada vez más esclavo de la vanidad.
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