El otro día me metí en una página web de chistes y noté que había
cuentos dedicados a casi todas las nacionalidades: argentinos,
chilenos, peruanos, venezolanos, chinos, judíos, árabes, vascos,
españoles, gringos, ingleses, etc., etc. Busqué y busqué y no había
ninguno de bolivianos. Estuve a punto de mandar una queja a los
autores, por supuesto, acompañada de una pequeña colección privada de
chistes para iniciar la serie. No puede ser que los bolivianos no
figuremos ni siquiera en un sitio dedicado a la risa.
Recapapacité, revisé otro rato y comprobé que tampoco hay chistes
dedicados a los haitianos ni a los somalíes.
¿Dónde estamos los bolivianos? Pues en las páginas más “serias”, en
las de la FAO, donde indican que Bolivia tiene uno de los índices más
altos de desnutrición; también en la Unicef, que indica que nuestro
país es uno de los campeones mundiales en mortalidad infantil o en la
GAFi (Grupo de Acción Financiera Internacional), que nos ubica en una
lista negra de naciones que toleran el lavado de dinero. De la misma
forma estamos muy arriba o muy abajo (depende de dónde lo mire) en los
rankings de corrupción, de los peores lugares para hacer negocios y en
muchas otras listas que tienen que ver con la salud y la educación.
Viéndolo así me di cuenta que la gente, la que hace los chistes, se
reserva el sentido del humor para otros, para aquellos que tienen de
qué reír y que han desarrollado la capacidad de bromear con ellos
mismos. Pero si supieran que en Bolivia los principales encargados de
burlarse de la realidad son los propios gobernantes, que pese a todo,
por ejemplo, se compran aviones de 40 millones de dólares y satélites
de 300 millones. Si vieran cómo manejan este pobre país, cómo gastan y
en qué, se destornillarían de risa o de pena, dependiendo del sentido
del humor.
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