La noticia científica más resonante de los últimos tiempos ha sido el
caso del ciudadano checo Jakub Halik, la primera persona en el mundo que
sobrevive desde hace cuatro meses sin corazón, órgano que ha sido
reemplazado por unas máquinas que se encargan de bombear la sangre por
todo el cuerpo. Además de ser un gran acontecimiento para la ciencia
médica, este debería ser celebrado también como un gran
descubrimiento filosófico.
Me explico. Toda la vida hemos escuchado
aquella idea de que los pensamientos se encuentran en el cerebro,
mientras que los sentimientos salen del corazón. Que yo sepa, Jakub
Halik, a quien le fue extirpado el corazón como consecuencia de un tumor
maligno, no se ha convertido en un demonio ni mucho menos por el hecho
de haberse quedado sin “el zurdo”.
Está plenamente demostrado que todo
lo que hace un ser humano parte de su cerebro, tanto lo sentimental como
aquello que es considerado lógico o que pertenece al mundo de lo
concreto. Ha sido la doctrina del dualismo la que se ha encargado de
convencernos de que las personas tienen dos partes, una “cerebral” y
otra “espiritual” y que ambas no se pueden juntar porque pertenecen a
mundos distintos que son como el agua y el aceite.
De esa forma el mundo
también ha sido dividido en dos: los buenos y los malos, los creyentes y
los herejes, los mundanos y los espirituales, los verdaderos y los
falsos, los puros y los impuros, maniqueísmos que no se dan en una
realidad mucho más compleja y llena de matices. El simplismo de esta
doctrina nos ha obligado a construir enemigos, a establecer abismos
irreconciliables, eternas dicotomías que nos impiden alcanzar valores
únicos y universales como la fraternidad, el amor, la misericordia y,
por supuesto, a eliminar las posibilidades de un diálogo sincero en la
humanidad.
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