domingo, 8 de julio de 2012

La traición del voto

El voto es la esencia del contrato social que da origen al sistema democrático. La democracia no termina en el acto de votar, pero no es posible concebir una sociedad pluralista y libre, sin el ejercicio del voto. Es la única manera de mantener viva la utopía de la soberanía del pueblo y la constante búsqueda del bien común, razón de ser de la política y de la existencia misma del Estado como forma de organización social.

El voto ha sido una dura conquista de los pueblos, sobre todo del boliviano, que llegó de manera tardía a la universalidad. Mucho más difícil todavía ha sido lograr las cualidades de la libertad y la transparencia, lo que le ha impedido a Bolivia superar la mera formalidad democrática. Al boliviano actual le gusta votar. Es su manera de mantener la fe en las promesas de la democracia.

No siempre fue así, porque ha sido muy difícil construir al menos esa convicción que parece desvanecerse en la medida que se multiplican los actos de traición a la voluntad popular.

El Gobierno del MAS se perfila como el más longevo de la historia de Bolivia, superando de esa manera un nefasto promedio de inferior a los tres años labrado a fuerza de cuartelazos y últimamente por la fuerza dictatorial ejercida desde los sindicatos que terminaron por conquistar el poder en el 2005. Sin embargo, nadie puede dudar que en los últimos años se ha estado viviendo otra forma de inestabilidad democrática, perpetrada desde del Gobierno gracias a una burda manipulación de las leyes y la ejecución de un plan para acaparar la totalidad del poder republicano.

El nacimiento mismo del Estado Plurinacional por medio de una nueva constitución que traicionó la voluntad pluralista del soberano expresada en el Referéndum Constituyente del 2006, ha sido una gran impostura que ha dado origen a la mayor cantidad de atropellos contra el estado de derecho que se hayan producido durante un régimen que se hace llamar “democrático” y que nació del voto de la gente. La situación que han estado atravesando decenas de alcaldías del país por culpa de una falsa ley autonómica ha sepultado décadas de trabajo a favor de la democracia municipal y la espiral golpista tiende a agravarse con serios perjuicios para el porvenir de los pueblos, donde ahora reina el pillaje político que favorece la corrupción y posterga obras y servicios imprescindibles para la gente.

Lo mismo ha ocurrido en las gobernaciones, en las que se han consumado furibundos golpes de Estado, amenaza que hoy se yergue también sobre Santa Cruz. En estas condiciones, el voto sufre una devaluación perniciosa que puede acabar con esa convicción popular, algo que puede ser contraproducente para el oficialismo que hoy se llena de temores ante la amenaza de un golpe de Estado.

Son demasiadas burlas hacia los anhelos históricos de los bolivianos de lograr una convivencia armónica y superar los problemas estructurales del país que se plasmaron en un proceso de cambio que se ha convertido en una mera estrategia de perpetuación de un modelo autocrático. Traicionar de manera tan descarada el voto de la población ha sido precisamente el factor que ha estimulado la constante conflictividad del país, fenómeno que está llegando a límites que tal vez el Gobierno ya no esté en condiciones de frenar.

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