La revolución que propuso el MAS era muy sencilla. Toda la parafernalia
plurinacional, los sahumerios e imaginería ideológica, fueron simples
“colgandijos”, una suerte de baratijas como las que le cuelgan al ekeko,
supuestamente para adornarlo y disimular su desmesurado amor por el
dinero. El MAS llegó al poder porque había abundante dinero para
repartir.
Esos recursos no hubieran existido sin la “satánica” capitalización y el
auge de los precios internacionales. La revolución prometida consistía
en industrializar, supuestamente para hacer crecer esa plata y repartir
mejor y por otro lado, recuperar el gas para los bolivianos, tanto en
moneda como en forma de motor de la productividad. Con todo eso, el
Gobierno calculó que iba a sobrar para “vivir bien” y en armonía con la
naturaleza, los pajaritos, las florcitas y tomando mocochinchi.
La tercera pata de la revolución ha sido la coca, la única que ha
funcionado, no sólo porque da trabajo a millones de personas y reparte
plata a raudales, sino porque se exporta, se industrializa y abre nuevos
mercados. Por lo demás, está claro que el gas sigue siendo para los
argentinos y los brasileños y de industrialización ni una molécula. Los
minerales continúan exportándose en bruto, como se hacía en tiempos de
la colonia, y en cuanto al gas, apenas se producen tapas de garrafa,
pues en dos ocasiones se han robado el dinero que debería haber servido
para una planta separadora de gases.
En diciembre del 2010 el Gobierno admitió con el gasolinazo, que su
revolución había fracasado y propuso volver al modelo de antes, es
decir, a devolverles el control de los hidrocarburos a las petroleras,
cosa que no pudo darse porque los movimientos sociales salieron
inmediatamente a las calles a exigir el botín revolucionario. Esta
situación no permite la continuidad del “proceso de cambio”, pues frena
las inversiones, limita la producción y por ende, la “chorrera” de
dinero para repartir y mantener firme la revolución.
El segundo aspecto que señala el fin de la revolución es el grave
conflicto desatado con los movimientos sociales. La pelea por el TIPNIS
surge porque el Gobierno necesita disponer de esos territorios lo antes
posible para comenzar a generar los recursos que no le está llegando por
la minería y los hidrocarburos. El parque Isiboro-Sécure significa coca
y sus derivados, gas y también conexión con Brasil, que seguramente
dejará algo de dinero para distribuir. Pelearse con los indígenas es un
mal menor.
Más grave que el conflicto del TIPNIS es que ha surgido con los
campesinos del altiplano que, como dice Fernando Molina en un reciente
artículo, están obligando al MAS a darle continuidad a una revolución
que ya fracasó. En Mallku Khota se ha producido la toma de una mina que,
a diferencia de los campos y socavones tomados por el Gobierno después
del 2006, todavía no está produciendo ni generando dinero para repartir.
Se van a necesitar por lo menos mil millones de dólares para echar a
andar esa mina y lógicamente el Estado Plurinacional no los tiene.
En muy poco tiempo se han producido tres casos como el de Mallky Khota y
si la tendencia sigue, no hay duda que el Gobierno estará en serios
apuros, de ahí que tanto habla de “golpe”. De hecho, todas las
revoluciones, golpes, entradas y salidas de los militares al Gobierno en
Bolivia se han dado porque apareció plata para repartir o ésta se
acabó. Al régimen de Evo Morales, convertido ya en un proceso
contrarrevoluvionario, le puede pasar lo mismo que le ha ocurrido a
todos los que perdieron el control de la fatídica balanza de la puja
distributiva en Bolivia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario