martes, 17 de julio de 2012

La revolución va en reversa

La revolución que propuso el MAS era muy sencilla. Toda la parafernalia plurinacional, los sahumerios e imaginería ideológica, fueron simples “colgandijos”, una suerte de baratijas como las que le cuelgan al ekeko, supuestamente para adornarlo y disimular su desmesurado amor por el dinero. El MAS llegó al poder porque había abundante dinero para repartir.

Esos recursos no hubieran existido sin la “satánica” capitalización y el auge de los precios internacionales. La revolución prometida consistía en industrializar, supuestamente para hacer crecer esa plata y repartir mejor y por otro lado, recuperar el gas para los bolivianos, tanto en moneda como en forma de motor de la productividad. Con todo eso, el Gobierno calculó que iba a sobrar para “vivir bien” y en armonía con la naturaleza, los pajaritos, las florcitas y tomando mocochinchi.

La tercera pata de la revolución ha sido la coca, la única que ha funcionado, no sólo porque da trabajo a millones de personas y reparte plata a raudales, sino porque se exporta, se industrializa y abre nuevos mercados. Por lo demás, está claro que el gas sigue siendo para los argentinos y los brasileños y de industrialización ni una molécula. Los minerales continúan exportándose en bruto, como se hacía en tiempos de la colonia, y en cuanto al gas, apenas se producen tapas de garrafa, pues en dos ocasiones se han robado el dinero que debería haber servido para una planta separadora de gases.

En diciembre del 2010 el Gobierno admitió con el gasolinazo, que su revolución había fracasado y propuso volver al modelo de antes, es decir, a devolverles el control de los hidrocarburos a las petroleras, cosa que no pudo darse porque los movimientos sociales salieron inmediatamente a las calles a exigir el botín revolucionario. Esta situación no permite la continuidad del “proceso de cambio”, pues frena las inversiones, limita la producción y por ende, la “chorrera” de dinero para repartir y mantener firme la revolución.

El segundo aspecto que señala el fin de la revolución es el grave conflicto desatado con los movimientos sociales. La pelea por el TIPNIS surge porque el Gobierno necesita disponer de esos territorios lo antes posible para comenzar a generar los recursos que no le está llegando por la minería y los hidrocarburos. El parque Isiboro-Sécure significa coca y sus derivados, gas y también conexión con Brasil, que seguramente dejará algo de dinero para distribuir. Pelearse con los indígenas es un mal menor.

Más grave que el conflicto del TIPNIS es que ha surgido con los campesinos del altiplano que, como dice Fernando Molina en un reciente artículo, están obligando al MAS a darle continuidad a una revolución que ya fracasó. En Mallku Khota se ha producido la toma de una mina que, a diferencia de los campos y socavones tomados por el Gobierno después del 2006, todavía no está produciendo ni generando dinero para repartir. Se van a necesitar por lo menos mil millones de dólares para echar a andar esa mina y lógicamente el Estado Plurinacional no los tiene.

En muy poco tiempo se han  producido tres casos como el de Mallky Khota y si la tendencia sigue, no hay duda que el Gobierno estará en serios apuros, de ahí que tanto habla de “golpe”. De hecho, todas las revoluciones, golpes, entradas y salidas de los militares al Gobierno en Bolivia se han dado porque apareció plata para repartir o ésta se acabó. Al régimen de Evo Morales, convertido ya en un proceso contrarrevoluvionario, le puede pasar lo mismo que le ha ocurrido a todos los que perdieron el control de la fatídica balanza de la puja distributiva en Bolivia.

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