jueves, 19 de abril de 2012

Cuestión de mentalidad

A menudo voy al mercado Los Pozos a realizar algunas compras. Los taxistas y comerciantes suelen parar el tráfico sin ningún empacho para cargar y descargar sus bártulos y nadie reclama, nadie toca la bocina, como suelen hacerlo en todos los semáforos, incluso antes de que se produzca el cambio de luz. He visto que hay un acuerdo implícito entre todos para violar las normas en paz, porque de un momento a otro se verán beneficiados por la transgresión.  Todo lo contrario de los semáforos, nadie se siente favorecido por ellos, los consideran un estorbo y a cada momento intentan sobrepasarlos.

Lo mismo pasa en las oficinas públicas. Todos saben que para que las cosas se agilicen hay que pagar un precio. La gente lo acepta, lo respeta y frecuentemente hasta se jactan de su “muñeca” para tomar atajos. Nadie se avergüenza de haber pagado alguna vez a un policía para que le perdone un semáforo en rojo y muchos hasta dan consejos de cómo “aceitar” la burocracia en el país.

Este comportamiento está sociológicamente estudiado. Un experto en corrupción me dijo una vez que si en Bolivia se aplicaran de golpe leyes duras contra los corruptos, el resultado sería un caos, porque todos nos movemos mejor en un ambiente de transgresión, hemos aprendido a sacarle provecho, es nuestra “cultura”.

El boliviano común se estresa y reniega con las leyes y ni bien se enfrenta a una, busca la forma de hallarle la trampa y crear un sistema anormal para sentirse bien y “jugar” con él. Por supuesto, las autoridades son parte del juego, ellas son las más beneficiadas. Cambiar esta situación no depende de las leyes ni de los políticos, sino de un cambio de mentalidad. De Perú, un país muy parecido a Bolivia, llegan noticias que indican un giro significativo en este sentido. Parece que se puede.

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