Cuba sigue siendo el país que concentra gran parte de la atención que se dirige hacia América Latina. La acaparó hace muy poco, durante la visita del papa Benedicto XVI y lo hizo recientemente en la sexta Cumbre de las Américas celebrada en Cartagena. Allí, la isla caribeña se convirtió en la principal protagonista, pese a que no fue invitada.
Fue prácticamente el único tema sobre el que se produjo un consenso que, sin embargo, no fue consignado en ninguna declaración, precisamente por esa falta de entendimiento entre los 33 países participantes.
Cuba ha sido la gran vencedora de Cartagena, donde se produjo un hecho histórico, ya que por primera vez, tanto gobiernos de derecha como de izquierda, insistieron para que Estados Unidos ablande su posición respecto a la isla, a la que mantiene bajo bloqueo y embargo desde octubre de 1960.
La presión hacia Estados Unidos comenzó a agudizarse después de la visita papal de 1998, cuando el Sumo Pontífice solicitó tenerle paciencia a Cuba. Pero no hay que olvidar que en aquella ocasión, Juan Pablo II también pidió a Cuba abrirse al mundo, demanda que se ha repetido el mes pasado en términos mucho más claros y vehementes, ante la negativa de la dictadura socialista de aflojar el torniquete autoritario, frenar las detenciones y la persecución hacia los disidentes.
Lo mismo ocurrió con la OEA. Un grupo de países consiguió retomar el debate de la reincorporación de Cuba al sistema interamericano, olvidando por completo la carta democrática de este organismo que solo admite en su seno a países bajo regímenes democráticos y que penaliza cualquier atentado contra el Estado de Derecho.
En medio de todo este debate han surgido posiciones controversiales como las que se produjeron en torno al conflicto hondureño de junio de 2009. En esa ocasión no quedó del todo claro quiénes apoyaban realmente la democracia en Honduras y quiénes estaban a favor de las violaciones que venía cometiendo el expresidente José Manuel Zelaya. Lamentablemente donde sí hubo consenso fue en expulsar a Honduras de la OEA, una reacción inversamente proporcional al clamor por el retorno de Cuba, la dictadura más longeva del continente.
La actitud de una gran parte de los países que asistieron a la Cumbre de Cartagena siembra aún más dudas sobre la vocación democrática de sus líderes. Ha dado la impresión que el único país que le exige democracia a Cuba es Estados Unidos y que lo hace por motivos económicos, ideológicos y muchos más todavía, por mantener vigente su imperio. Ninguno de los que aboga por La Habana, que clama y hasta canta versos lastimeros por el levantamiento del embargo, ha llamado la atención sobre la necesidad de terminar con el estado carcelario que mantienen los hermanos Castro en la isla.
Es lamentable constatar en este tipo de reacciones, que la democracia todavía no es un sistema plenamente consolidado en el continente. Los mandatarios, de todas las denominaciones y tendencias, frecuentemente se dejan seducir por desviaciones autoritarias, hecho que se ha comprobado no solo en aquellos países que se han dejado llevar por el populismo sino también en otras naciones como Colombia, México o Chile. La solidaridad con Cuba parece ser un gesto que delata las verdaderas inclinaciones de los líderes latinoamericanos que contribuyen al deterioro de la democracia, como lo indican repetitivos informes de organizaciones internacionales.
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