domingo, 1 de abril de 2012

La vieja política

Nadie, ni el más ingenuo, cree a estas alturas que la política debe ser una “taza de leche”. Algunos la comparan con el “arte de la guerra”, otros la definen como “el arte de lo posible” y también hay quienes consideran que en la política cualquier método y práctica son válidos para conservar el poder. Esas han sido las grandes premisas que han guiado el comportamiento de los líderes, que en realidad tienen la misión de organizar la sociedad en busca del bien común. Lamentablemente, la actitud de nuestros conductores ha caído en una atroz degeneración que ha convertido el poder en un fin en sí mismo y sus acciones y estrategias comienzan y terminan en la conquista, el mantenimiento y la reproducción de los instrumentos del poder. En ese contexto “todo vale” y obviamente no deberían extrañarnos los bochornosos espectáculos que nos obligan a presenciar.

Cuando se comenzó a hablar de “cambio” en Bolivia, la gente esperaba en primer lugar, una transformación de las maneras de hacer política. La democracia fue una gran conquista de la ciudadanía, pero ésta no consiguió avanzar en la solución de los problemas estructurales del país, en parte, porque los políticos redujeron su accionar a una orgía por disputarse los espacios de poder para beneficiarse ellos mismos y a pequeños grupos que apuntalaban sus liderazgos. Eso terminó por debilitar la democracia de los pactos y llevar al país a la inestabilidad y al borde del precipicio de la desintegración.

En Bolivia “política” es sinónimo de prebenda, de “pegas”, de estrategias espurias, maniobras malsanas y un permanente trabajo proselitista que acaparan casi todo el tiempo de los líderes e instituciones que deberían estar al servicio de los ciudadanos. Los desafíos de lucha contra la pobreza, de mejorar la educación, la salud y la búsqueda del desarrollo y la prosperidad de los pueblos, siempre quedan relegados a un segundo plano, porque los políticos siempre están ocupados en tareas muy importantes para ellos, pero que no hacen más que postergar el contrato que tienen con la gente y que los obliga a ocuparse de los asuntos públicos.

La política boliviana aún se encuentra en una fase muy primaria. Sus instintos, sus métodos y sus propósitos delatan su inmadurez. Es verdad que la maduración depende del tiempo y del cambio de mentalidad de la población, pero desafortunadamente no se observa ni el menor atisbo del advenimiento de una nueva ética política conducente a lograr que el poder se traduzca en autoridad, es decir, un ejercicio del mandato basado en las leyes, en la búsqueda del bienestar colectivo y el desarrollo integral y equilibrado del país.

Nos asombra que los políticos se falten el respeto, que se insulten y que se manoseen en público. Pero eso es en realidad lo que hacen todos los días con la voluntad de la gente, con sus aspiraciones y sus deseos de salir del atraso histórico. Eso se ve tanto en la vieja política y también en los que prometieron la transformación y han terminado por replicar los mismos métodos.  No cabe duda que el verdadero cambio depende de la toma de conciencia de la ciudadanía, de los actores de la sociedad civil que estamos llamados a seguir insistiendo en el cambio genuino y también depende de los políticos, cuyo comportamiento está nuevamente en tela de juicio y que amenaza con condenarlos a la jubilación prematura como ocurrió con sus antecesores.

No hay comentarios:

Publicar un comentario