Los miembros de la banda de asaltantes que asesinaron a un periodista
deportivo en El Alto, la segunda ciudad más peligrosa w Bolivia, habían
cometido ocho homicidios antes de ser atrapados por la Policía. Este es
el verdadero escándalo que se esconde detrás de una Policía que ha
vuelto a convertirse en noticia por la corrupción, los líos de poder y
el manoseo político de la institución.
Hablar de los detalles es demasiado abundar, cuando los medios de
comunicación están plagados de denuncias, rumores y versiones que solo
hablan de la tremenda corrosión en la que está envuelta la Policía
Boliviana, institución que acaba de cambiar de jefe por tercera vez en
un año, las tres veces por hechos de corrupción.
Coincidentemente, en las tres ocasiones se ha observado que la
corrupción -un problema endémico y de larga data en la Policía-, está
relacionado con la espuria manipulación que hace el poder político de
esta entidad que debería estar dedicada exclusivamente a mantener la
seguridad ciudadana y preservar el orden público.
Lo complicado es que tanto manoseo parece derivar, no solo en la
desintegración de la credibilidad, sino en la acentuación de las pugnas
internas que también derivan en formas de chantaje y amenazas hacia
miembros del Gobierno. Es precisamente el caso del general Sanabria, que
lanza una advertencia desde su celda en Estados Unidos y la situación
de Jorge Santiesteban, quien advierte con divulgar nombres de
funcionarios implicados en el sonado caso de la Unipol.
Este escenario fue precedido por una serie de denuncias lanzadas por la
ministra anticorrupción contra el oficial destituido y por declaraciones
del excomandante policial y actual viceministro, Miguel Vásquez, quien
indica que dentro de la Policías existen grupos mafiosos.
Con esos antecedentes no parece extraño afirmar que el 79 por ciento de
la población en Bolivia no confía en la Policía, según lo revela una
reciente encuesta realizada por la empresa Ipsos Apoyo. En las cuatro
ciudades más pobladas del país esta cifra alcanza el 82 por ciento.
El estudio muestra que la gente no ve a la Policía como un aliado en la
lucha contra la delincuencia, un problema que aumenta en el país que
azota con violencia creciente. Casi todas las experiencias de la
ciudadanía con la institución verde olivo son negativas, ya sea porque
muy pocas veces están cuando se los necesita, porque aparecen con
actitudes de abuso y prepotencia o porque simplemente son noticia
constante en los órganos de prensa, por bullados hechos de corrupción,
politiquería y actos de represión hacia grupos en conflicto.
Lamentablemente, si la Policía se presta mansamente a la cooptación
política como lo ha venido haciendo últimamente, estará contribuyendo al
deterioro de la democracia y a la consolidación de un proceso
autocrático que incrementará aún más el malestar de la población con
respecto a la institución. Lo peor de todo es que la delincuencia tiende
a aumentar, la población es constantemente atacada por bandas
peligrosas y el número de homicidios crece sin control. De esto es
precisamente de lo que se habla cuando tanto se insiste en la
descomposición orgánica del Estado y del vaciamiento institucional y sus
terribles consecuencias.
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